Por: Pablo Savoia
Hoy el pensamiento crítico no parece ser una de las características de nuestra cultura occidental contemporánea: desde relatos pseudo-científicos para conectar con las energías del cosmos hasta la velocidad y la casi obligada superficialidad de un video de Tik Tok, no nos entrenamos en la reflexión pausada de la realidad. Abundan las frases motivacionales pero empieza a escasear toda mirada crítica que implique trascender mis propios sentimientos y experiencias.
La fe y la razón
¿Por qué mi interés en desarrollar la capacidad de pensar en el acto de fe? No se trata de confiar y ya está? Bueno, la verdad que no. Y tengo varias razones.
Primero. Decimos que la fe es una respuesta a Dios, a ese Dios que nos llama y nos invita a compartir su Vida. Es tan trascendental esta respuesta, que no puede limitarse a un aspecto o a una dimensión de nuestra vida. Digámoslo así: una verdadera respuesta de fe abarca a toda la persona. No puedo decir que mi fe toca mis sentimientos, pero no mis opciones. No puedo involucrar mi libertad sin abrazar mi historia. Y así. Bueno, en esta lógica es impensable que la capacidad de pensar quede afuera de mi acto de fe.
Segundo. Sin la capacidad de pensar involucrada en nuestro acto de fe, muy fácilmente nos alienamos y nos deshumanizamos. Por supuesto que la fe no se trata sólo de pensar, pero si no reflexionamos sobre lo que creemos podemos caer en formas desencarnadas de la religión. Yo veo que sin la racionalidad, el discurso de lo “sobrenatural” (sea cual sea su expresión) nos va convenciendo de que somos más sobrenaturales que naturales. Y acá se trata, como en la persona de Jesús, de la integración. Tenemos que sentirnos siempre “tensionados” hacia lo eterno, pero sin raíces esa “tensión” se convierte en “vuelo místico desarraigado”.
Tercero. Si no involucramos la capacidad de pensar, la experiencia de fe se vuelve incomunicable. Quiero decir que si, por ejemplo, mi experiencia vital y emocional de conversión no la paso por el análisis racional, no puedo invitar a otro a la fe si no es a través de la misma experiencia que tuve yo. Es decir, que si la gente no vive lo mismo que viví yo, no puede creer. Y eso no es así, aunque toda experiencia tenga algo de incomunicable. Cualquier experiencia humana se vuelve transmisible (en el sentido de posible de vivir por otro) si la razón la organiza y la vuelve comprensible.
Tipos de creyentes
Este valor del pensamiento en el acto de fe no está presente, lamentablemente, en todos los cristianos. Se me ocurren cinco “tipologías de creyentes” que, implícita o explícitamente, se vuelven enemigos de la capacidad de pensar. Cualquier similitud con la realidad… no es pura coincidencia.
El primer tipo de creyentes que excluyen de su vida de fe la capacidad de pensar son los que yo llamo “cristianos Superman”. Ustedes saben que yo soy mas fan de Marvel, y Superman es de DC, pero me sirve para la descripción. Superman es un superhéroe al que cuesta humanizarlo, porque es tan fuerte, tan bueno, tan perfecto… que es muy difícil empatizar con su camino. Hay cristianos que viven así, como Superman: anulando su capacidad crítica y reforzando la espiritualización de toda su vida para poder sentirse más allá de este mundo.
Les pongo un ejemplo de hace unos años: una chica que yo conocía entró en una congregación religiosa. Algunos años después, los papás de esta chica murieron trágicamente en un accidente automovilístico. Cuando encontré a esta chica, ya convertida en monjita, le di mi pésame, suponiendo que estaría triste o dolida. Sin embargo, su reacción fue responderme: “estoy feliz porque seguro están con Dios”. A ver… no niego que la vida eterna sea felicidad ni pretendía que ella estuviera llorando por los rincones… pero sinceramente me pareció deshumano que no dejara ver ni un rastro de tristeza ante la muerte trágica de sus dos padres. El nivel de espiritualización que manejaba esta chica le impedía conectarse con su humanidad. Y esto no tiene que ver con una menor capacidad intelectual, casi diría que todo lo contrario: es una lógica deshumanizante que cancela la capacidad crítica para poder sobrevivir a la experiencia del natural límite humano.
El segundo tipo de creyente que deja de lado su capacidad crítica es el que yo llamo “el cristiano apologista”. Los apologistas fueron autores cristianos de los primeros siglos que escribieron defensas del cristianismo frente a las acusaciones del imperio romano. Más tarde, en el siglo XVI, después del Concilio de Trento, se le llamó “apología” a una forma de hacer teología, centrada en la controversia con las comunidades surgidas de la Reforma protestante. Los cristianos apologistas de hoy para mí son aquellos que han aprendido algunos datos para reforzar su lógica (que puede ser conservadora o progresista), y para refutar a los que opinan distintos. Una característica de estas personas es que tienen discursos sin matices, todo es blanco o negro, verdad o error… lo que los convierte en creyentes ideologizados. Hace poco, al hacer algunos videos sobre la liturgia, me escribieron algunas personas que defendían la liturgia en latín previa al Concilio Vaticano II, con argumentos que sin duda alguien se los había brindado como postulados inamovibles, pero que ninguno se detuvo a pensarlos por un momento. Es la misma táctica que utilizan algunos grupos pentecostales y los “Testigos de Jehová”: un libreto bien aprendido, casi de memoria, con datos y citas, pero que no ha pasado para nada por el examen crítico de quien los repite.
Un tercer grupo de cristianos que han dejado de lado la capacidad crítica son los que yo llamo “devocionalistas”, que para es como una distorsión de la devoción. A diferencia de los “cristianos Superman” que les comentaba al principio, y que vimos que espiritualizan todo pero tienen su lógica, en el caso de los cristianos devocionalistas, hay un rechazo a buscar una lógica. La capacidad crítica aquí se anula completamente, confundiendo la confianza con una ceguera voluntaria. Son los cristianos que ven en la razón una enemiga de la fe. No hay que pensar, sólo rezar y huir de los problemas de este mundo.
El cuarto grupo de cristianos enemigos de la capacidad crítica se parecen al “señor Barriga”, aquel personaje de “El Chavo” que siempre aparecía queriendo cobrarle la renta a Don Ramón. Estos cristianos, como el señor Barriga, viven de rentas. Su vida de fe se sostiene en lo que aprendieron alguna vez, pero después su camino se estancó y no creció más. En general, estas personas aprendieron cosas en el catecismo previo a recibir los sacramentos cuando eran chicos, y con eso tiran toda su vida, aún siendo adultos. El problema está en que se intenta afrontar las preguntas de adultos con lo aprendido de chicos, como si a los 40 años pretendiésemos ponernos la ropa que usábamos a los 10.
El último grupo de cristianos que no desarrollan su capacidad crítica son los que yo llamo “los fieles”. Se trata de personas de buena voluntad, con mucha entrega y militantes de la institución. Pero para sostener su fidelidad se prohíben dudar, entienden que hacerse preguntas es una especie de traición a la Iglesia. En ellos no hay un trasfondo ideológico como con los “apologistas”, sino más bien el miedo a ser infieles a la Iglesia. El problema es que entienden que la fidelidad se identifica con no dudar o no preguntarse, cuando en realidad la duda o la pregunta son los mecanismos que nos permiten crecer y encontrar razones de aquello en lo que creemos.
Fe y capacidad crítica ¿pueden ir juntas?
Para muchos, el cristianismo es sinónimo de ingenuidad o ignorancia. Es paradójico, ya que la historia nos demuestra que, al menos en occidente, grandes pensadores que cambiaron el mundo de las ideas fueron cristianos. Y ni que hablar de la función que han tenido los monasterios medievales en la conservación de textos de la antigüedad. Y así podríamos seguir poniendo ejemplos.
¿Qué lleva hoy a muchas personas pensar que la fe cristiana es incompatible con la capacidad crítica de la racionalidad?
Por un lado, creo que hay un sector de la sociedad interesado en mostrar al cristianismo como oscurantista y enemigo de todo progreso humano. En el debate sobre la ley del aborto se vio muy claro: se ligaban los argumentos en contra del aborto a una cuestión religiosa y, por lo tanto, arbitraria y dogmática.
Pero no podemos patear la pelota diciendo que el problema sólo está en los otros. Creo que los cristianos muchas veces mostramos un modo de vivir la fe que excluye toda racionalidad y capacidad crítica.
Se me ocurren algunas pistas para vivir sanamente la relación entre el camino de fe y el cultivo del pensamiento.
Primero, ser conscientes de que toda fe se apoya en algún tipo de credibilidad. Por supuesto que no tengo que esperar a que todo me “cierre” racionalmente para recién ahí decir que tengo fe. Pero tampoco la fe es una ceguera voluntaria a todo dato racional. Cualquiera de los creyentes tuvo la experiencia de que, antes de dar el paso de la fe, de una manera u otra consideró que esa fe es creíble, es decir, que no es una locura descabellada. Tengo fe por la acción de Dios en mi y por el testimonio de otros… pero todo eso se me tiene que presentar aceptable a mi capacidad de pensar. Sino estaría dando un paso hacia el fanatismo, no hacia la fe.
Segundo, es necesario que el pensamiento nos plantee dudas y preguntas. No hay que tenerles miedo, como si estuviésemos haciendo algo malo contra Dios. En la Biblia, lo contrario a la fe no es la duda, sino el miedo. Porque como la fe es relación con Dios, el miedo encierra y corta esa relación, mientras que la duda muchas veces es la oportunidad de dar un paso y crecer. Entonces, cuando vengan dudas y preguntas, tomalas y buscá respuestas, que seguramente van a dar paso a otras preguntas… y así… porque ahí está lo apasionante!
Tercero y último, es verdad que nuestra capacidad de pensamiento y reflexión sólo llega a las puertas del Misterio de Dios. Nuestro pensamiento debe que tener la humildad de reconocer su límite, hasta dónde puede llegar. A partir de ahí, sólo resta descalzarse y adorar. Pero el pensamiento se rinde después de haberlo intentado, no antes. Rendir el pensamiento después de intentarlo es humildad. Abandonar el pensamiento antes de buscar, es mediocridad.
* Sacerdote influencer
Pbro de la diócesis de San Martín