Por: María Montero
La alegría por la asunción de un Papa argentino, en coincidencia con el tiempo de Pascua, hizo desbordar los templos de la Ciudad. Las iglesias duplicaron el número de fieles en todas las celebraciones, y personas que hacía tiempo no participaban de las misas, ocuparon los bancos. Aunque tal vez, lo más sorprendente, fueron las largas filas que se formaban para las confesiones. Un sacramento que los fieles, decepcionados por una Iglesia que no respondía a sus necesidades, habían dejado de frecuentar.
Los templos emblemáticos por la presencia habitual de Francisco en su anterior función como arzobispo de Buenos Aires, fueron los más visitados. Pasadas las primeras semanas de la asunciòn de Francisco, los sacerdotes consultados opinan que es difícil calcular si el número de fieles se mantendrá en el tiempo, aunque aseguran que ya se vislumbran cambios profundos de mayor compromiso y solidaridad.
“Bastó que Francisco dijera que hay que ayudar a las víctimas de la inundación para que la gente se volcara de una manera increíble a la Catedral, trayendo ropa y comida”, dice el padre Alejandro Russo, rector de la Catedral metropolitana. Según el sacerdote, en realidad, “no dijo otra cosa que lo que diría si estuviera aquí, pero por su presencia en el Vaticano, suena más fuerte”. Sólo el pasado viernes habían partido desde ese templo 17 camiones hacia las zonas afectadas.
También en las parroquias del barrio porteño de Flores, donde Bergoglio solía celebrar misas, aseguran que el acercamiento a las iglesias no pasa tanto por el número, sino por el fervor de la gente que participa. El Padre Antonio “Tony” Panaro, párroco de Santa Francisca Javier Cabrini, ubicada a una cuadra de la casa de su infancia, nota que “hay un entusiasmo, un despertar a la confianza de que se pueden cambiar las cosas”. Y asegura que alguna gente que se había ido de la Iglesia, ahora está regresando. “Ahora es como que tenemos a un familiar o a un amigo cercano en un puesto tan central”, opina Rodrigo, 18 años, uno de los tantos jóvenes que participaron de la vigilia pascual y se sorprendieron con el mensaje de Francisco a la madrugada.
Arrodillado frente al Cristo crucificado de la Basílica San José de Flores, un hombre de 38 años, cuenta que hace 20 que no pisaba una iglesia, hasta que vio al Papa pedir a la multitud que oraran por él. “Se notaba que no era un gesto, sino la humildad de un ser igual a todos que estaba necesitado de Dios y eso me reconcilió con la Iglesia”, cuenta. Aunque no había perdido la fe en Dios estaba decepcionado de la institución. Ahora cree que la llegada de Bergoglio a Roma fue “una sacudida al letargo que había dentro de ella”. Los sacerdotes de esa parroquia coinciden en que ven muchas más personas rezando ahora que antes, aunque no siempre se quedan a las misas.
Para el padre Russo es difícil evaluar si desde la llegada de Francisco al Vaticano aumentó el número de gente que acude a las iglesias, por ser, la Catedral, un lugar de tránsito permanente de locales y turistas. Aunque puede asegurar que hay muchas más personas confesándose. “Católicos que hacía varios años no recibían ese sacramento, sintieron que tenían que imitar los gestos del Papa”, afirma.
Clara es una de ellas. Hacía 17 años que no confesaba ni comulgaba, después que una experiencia desafortunada con un sacerdote de su parroquia la había llenado deresentimiento. “Veía a todos los curas soberbios, juzgando desde un poder absoluto, sin ponerse en el lugar del otro”, cuenta. Hasta el día que vio por televisión a Francisco, agachándose en señal de sumisión y pidiendo la bendición del pueblo. “Me tocó profundamente, era un gesto sin precedentes que me conmovió hasta las lágrimas”, dice esta mujer de 53 años que hoy se siente reconciliada con su fe.
Los gestos de sencillez y de humildad de la máxima autoridad de la Iglesia trajeron la esperanza de un verdadero cambio. Muchos opinan que sus palabras, junto con estas actitudes, convierten, porque están acompañadas por un estilo de vida coherente con ellas.