ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA

Al rescate de una devoción

Por: P. Guillermo Marcó

La veneración al Sagrado Corazón de Jesús estaba muy extendida en el pasado. En este Año de la Misericordia es oportuno rescatarla porque las promesas del Señor, hechas a través de santa Margarita, siguen vigentes.
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El viernes pasado se celebró la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. La difusión de esta devoción se debe a santa Margarita de Alacoque, a quien Jesús se le apareció con estas palabras: “Mira este corazón mío, que a pesar de consumirse en amor abrasador por los hombres, no recibe de los cristianos otra cosa que sacrilegio, desprecio, indiferencia e ingratitud, aún en el mismo sacramento de mi amor. Pero lo que traspasa mi corazón más desgarradoramente es que estos insultos los recibo de personas consagradas especialmente a mi servicio”.

Jesús se refiere a todos los cristianos, pero particularmente a los sacerdotes y obispos. Hace años un párroco de un lugar donde estaba misionando con un grupo parroquial me comentó: “Cuando la gente necesita comida viene a pedirla a la parroquia; cuando quiere oír hablar de Dios va a la Iglesia Evangélica”. Para no caer en espiritualismos, es bueno que hagamos las dos cosas, pero últimamente se escucha la voz de la Iglesia sobre todo en temas sociales como las mediciones de pobreza o los reclamos por la suba de tarifas. Daría la impresión de que estamos desbalanceado la tarea. La Iglesia debe servir a los pobres sin negarles lo más necesario, que es fortalecer su fe, acrecentar su devoción hacia Jesús y María e invitarlos a acercarse a los sacramentos.

Es bueno recordar las promesas que hizo Jesús a Santa Margarita y por medio de ella, a todos los devotos de su Sagrado Corazón: “Les daré todas las gracias necesarias a su estado. Pondré paz en sus familias, les consolaré en sus penas, seré su refugio seguro durante la vida y, especialmente, en la hora de la muerte, derramaré abundantes bendiciones sobre sus empresas, bendeciré las casas en que la imagen de mi Corazón sea expuesta y venerada, los pecadores hallarán en él la fuente, el océano infinito de la misericordia. Las almas tibias se volverán fervorosas, las almas fervorosas se elevarán a gran perfección, daré a los sacerdotes el talento de mover los corazones más endurecidos, las personas que propaguen esta devoción tendrán su nombre escrito en mi Corazón y jamás será borrado de él. Les prometo, en el exceso de mi misericordia, que mi amor todopoderoso concederá a todos aquellos que comulguen por nueve primeros viernes consecutivos la gracia de la perseverancia final; no morirán sin mi gracia, ni sin la recepción de los santos sacramentos. Mi Corazón será su seguro refugio en aquel momento supremo”.

Las condiciones para ganar esta gracia son tres: recibir la comunión durante nueve primeros viernes de mes de forma consecutiva y sin ninguna interrupción; tener la intención de honrar al Sagrado Corazón y de alcanzar la perseverancia final y ofrecer cada comunión como un acto de expiación por las ofensas cometidas contra el Santísimo Sacramento.

La devoción al Sagrado Corazón, que estuvo tan extendida, hoy está prácticamente olvidada. Qué bueno sería recordarla en este año de la misericordia, ya que las promesas de Jesús no pasan de moda y muchas veces caemos en la indiferencia para con El, que tanto amor nos regala a cada uno de nosotros. No es que la Iglesia se ocupe sólo de los temas sociales, sino que su tarea evangelizadora –su principal razón de ser– no es noticia, pero como los medios influyen tanto pareciera ser que sólo existe aquello que alcanza visibilidad. Por eso es bueno recordar que el principal bien lo hacemos en algo que no se ve: la vida del espíritu.