Por: Daniel Goldman
Acabo de volver de una visita a Roma, por motivos académicos. Allí se realizó el congreso Universi- tario de Scholas, la organización que da forma educativa y social al ideario del Papa Francisco. Entre otras cosas, este encuentro me permitió comprender, de un modo vivencial, el grave problema de los migrantes africanos.
Recordemos que prácticamente uno de los primeros gestos de Papa fue dirigirse a la isla de Lampedusa a testimoniar su posición sobre los refugiados, simples hombres, mujeres y niños que escapándose de hambrunas y persecuciones, arriesgan sus vidas dejándose llevar en frágiles barcazas hasta alguna costa del viejo continente. Todavía reverberan en mí las frases de aquella homilía: “Nuestra indiferencia nos hace culpables. En este sentido les propongo algunas palabras que provocan en la conciencia de todos, inspirándonos a cambiar realmente ciertas actitudes. “Adán ¿dónde estás?” es la primera pregunta que Dios dirige al hombre. Y la segunda es “¿dónde está tu hermano?””.
En consecuencia, el Papa Francisco, en el alto compromiso de su Ministerio y siendo obispo de Roma, determinó que todos aquellos predios que en la actualidad no se utilizan como seminarios, iglesias, etc. sean destinados al trabajo y albergue de los migrantes.
La misma tarde en la que llegué a Roma fui invitado a visitar la obra de los Misioneros Scalabrinianos, cuya tarea pastoral es inmensa. Mientras los gobiernos levantan muros en las fronteras y promueven programas antimigratorios, ellos cumplen con empeño único el mandato bíblico de “amarás como a ti mismo al extranjero”.
La casa a la que asistí queda a 20 minutos del centro de la capital italiana. En ella, una treintena de personas que escaparon de sus países, vive, aprende un oficio, se ejercita en el nuevo idioma, se alimenta, recibe asistencia médica, psicológica y fundamentalmente la contención necesaria para intentar superar el terrible trauma vivido. Cada uno es profundamente respetado acorde a la cultura de la cual proviene. Nadie “convierte” a nadie. Simplemente, si es que se puede usar este término, se trata de dignificar la existencia.
Y son jóvenes los que asumen la organización y el voluntariado en esta tarea. Conocí a varios de ellos, sensibles, desenvueltos, muñidos de conciencia crítica y ligada al noble trabajo. Emanuele Selleri no tiene más de 30 años y asume la responsabilidad de dirigir este proyecto. Formado en educación por la Universidad local, dueño de la típica simpatía italiana y de un castellano fantástico que aprendió siendo voluntario en el desempeño de esta misma labor en Latinoamérica, me comenta sobre la historia de algunos de estos desplazados del mundo, sus logros, pero también de las angustias que cotidianamente se suceden. Y remata la conversación con esta frase: “sin este Papa no sabemos qué hubiese sido de la vida de toda esta pobre gente”.
Esencial este breve pensamiento, para nosotros, argentinos, que a veces perdemos dimensión y nos cues- ta salir de la crítica.