Por: P. Guillermo Marcó
Diversas noticias sacuden nuestra modorra día a día, nos exasperan y hasta nos provocan miedo. Protestas, cortes de calle y huelgas que por reclamos varios se multiplican cotidianamente. A ello se suman hechos de violencia producto de una delincuencia que jaquea nuestra seguridad. Esto lleva a que haya gente que vive enrejada y delincuentes muchas veces liberados alegremente por los jueces. Podrá aducirse que los problemas de inseguridad se producen en todas partes, no sólo en nuestro país. Que, incluso, en algunos lugares es peor. Que la culpa la tieneel sistema porque expulsa y crea resentimiento. Que las cárceles no sirven porque corrompen más en vez de reeducar. Todo eso es verdad, pero no nos tranquiliza.
El malestar social crece. Parecería que los derechos de los que trabajan y no hacen nada contra nadie no existen. Hay una masa muda de gente maltratada todos los días. Gente que viaja mal sabiendo que es un potencial rehén de un eventual conflicto originado en las más diversas demandas. O que no puede hacerlo y termina siendo efectivamente víctima de la interrupción de un servicio de transporte o de un corte de unacalle, cuando no es asaltado en la vía pública o en su propia casa y debe agradecer seguir vivo.
Ya en los albores de la humanidad, según leemos en las primeras páginas de la Biblia, se produce el primer fratricidio. Es una historia mítica repetida hasta el cansancio por los hombres de diversas razas y culturas, que parecen no poder poner dique a la pasión de la ira.Caín mata a Abel. Cuando Dios le pregunta; ¿Dónde está tu hermano?”, él le contesta: “No lo sé”. Y agrega: “¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?”. En el capítulo 4 del Génesis leemos que uno de los descendientes de Caín, Lamek, dice: “Yo maté a un hombre por una herida que me hizo. Caín
será vengado siete veces, más Lamek lo será setenta y siete. Y la Tierra se llenó de violencia”.
Tengo la desagradable percepción de que la sociedad se está llenando de violencia y no solo en los estamentos que la provocan, sino en esa gran masa silenciosa que la padece día a día. Una sociedad se construye armonizando los derechos de todos para garantizar la convivencia. Es cierto que hay un derecho a protestar.
¿Pero se puede en nombre de un conflicto gremial afectar la vida de un millón y medio de personas que se trasladan, no por mero placer, sino para conseguir el pan de cada día con el sudor de su frente? ¿No será hora de recapacitar y buscar otras formas de reclamar que no le provoquen más dificultades al resto? No debemos apoyarnos egoístamente en nuestros derechos, sino ponernos en el lugar del otro, que solo quiere vivir, trabajar y llegar a su casa al final de la jornada. Sería bueno reflexionar sobre la pregunta que Dios le hace a Caín: “¿Dónde está tu hermano?” Podemos contestar con indiferencia: “¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?”. O, por el contrario, descubrir que necesito del otro. Que vivir en sociedad es construir puentes, no dinamitarlos. Que pensar distinto no debe implicar menospreciar las ideas del otro. En definitiva, vivir en democracia significa generar una sociedad para todos. Mientras vecinos como Brasil, Chile y Uruguay marchan por esa senda, la Argentina se empeña en ser un país donde convivir se hace cada vez más difícil.
Lo que debería ser lo normal se hizo complicado y el maltrato se contagia a todos los estamentos de la sociedad. La paciencia se volvió la virtud de los ciudadanos de a pie, que padecen todos los días la intimidación de unos pocos.