Por: María Montero
Los vemos entre los autos, de día y de noche, tirando de carros a tracción a sangre, revolviendo la basura. A los cartoneros, según la hermana Cecilia Lee, se los considera muchas veces una amenaza o se sostiene que afean la ciudad, sin percibir que son los primeros ambientalistas. “Gracias a su trabajo se recuperan miles de kilos de desechos que de otra forma irían a la CEAMSE, con el costo que tienen que pagar los municipios a las empresas que los entierran”, explica la monja franciscana. El mismo Francisco, en su mensaje de 2013 a los cartoneros, afirmaba: “Cuando ustedes reciclan hacen dos cosas: un trabajo ecológico necesario y, por otro lado, una producción que fraterniza y da la dignidad a este trabajo. Ustedes son creativos en la producción y también creativos en el cuidado de la tierra con esta visión ecológica”.
Desde el año 2000, la hermana Lee vive y acompaña a gran parte de las 70 mil personas que habitan la Villa Itatí de Quilmes, unos cinco kilómetros cuadrados en el conurbano bonaerense, al borde del Acceso Sudeste, con pobreza y marginalidad extremas. Cuenta que durante la crisis de 2001, en pleno corralito, la gente buscaba una salida para poder comer y vivir día a día. En el barrio funcionaban ollas populares y por siete meses, unas 80 personas se reunían una vez por semana en asamblea permanente en la capilla, el lugar más amplio que tiene la Villa, para buscar una solución a sus necesidades.
La mayoría llegaba de los sectores más marginales de la zona, como La Cava, y se sumaban “los vecinos que trabajan con los cartones –comenta la religiosa-, por lo que surgió la idea de juntarse y formar una cooperativa de cartoneros que por un lado les permitiera una distribución solidaria del ingreso y, por el otro, formara precios para que otros depósitos no pudieran pagar menos”.
“Dios actúa en la historia –dice-. A veces parece como si se terminara el mundo, pero al igual que en la Pascua, Jesús muere, agoniza, es asesinado por defender la verdad, y después resucita. Así también sucede con nosotros.”
La cooperativa tiene 150 socios que desde la calle traen todo tipo de basura, mientras que 20 compañeros clasifican, enfardan y reciclan plásticos para poder vender a mejor precio, eliminando los intermediarios. Aunque muchos no lleguen al galpón por la distancia, sirve como regulador de precios. Los depósitos cerca- nos pagan $ 1,80 por kilo de basura, mucho menos que lo que reciben allí.
Hasta que se quemó el galpón, en diciembre del año pasado, y destruyó dos talleres de reciclaje con nueve máquinas, entraban unas 120 toneladas por mes de cartones y papeles, además de chatarras y plásticos.
“Ahora, por la falta de trabajo, estamos en un momento de grave crisis en esta y en todas las cooperativas”, advierte Lee. Y señala: “En los últimos cuatro meses están trabajando día por medio, lo que complica aún más la complejidad social de las 100 familias que dependen de la producción”.
La cooperativa tiene un gasto mínimo a cubrir. Con eso se solventa el comedor donde almuerzan los trabajadores, el mantenimiento de los vehículos y algunos gastos administrativos. “Esta es una verdadera economía social, comunitaria y solidaria. Son trabajos genuinos y una respuesta de inclusión social y laboral con una distribución en forma justa y equitativa entre todos los compañeros”, asegura. Además de la cooperativa, la asociación de cartoneros da apoyo escolar a contraturno a unos 160 chicos de entre 6 y 19 años. Los educadores son 30 jóvenes estudiantes del barrio. Para los más grandes, por la noche funcionan los centros de talleres, recreación y cena, donde concurren unos 60 hombres y mujeres de entre 20 y 30 años. Algunas son mamás solas con sus niños, también coordinados por gente del lugar.
“Este es un espacio de protección muy importante –indica la hermana- porque el barrio está movilizado por la falta de trabajo que agrava la violencia y genera más tensión. Desde el año pasado nos llegaron programas sociales de la Provincia, por lo que contamos con algunos profesionales rentados: trabajador social, psicopedagoga y psicóloga”.
La religiosa recuerda que después del incendio, un hombre muy mayor de la cooperativa le dijo: “Nacimos en la crisis y vamos a volver a nacer de esta”. “Y de alguna manera vamos saliendo –opina Lee- porque con los materiales que nos dio la Gobernación, vemos como milagroso que ya esté terminado el lugar donde se da apoyo escolar”. Asegura que “cuando se concretiza la buena voluntad, la fuerza de la gente organizada y desde el Estado se acercan los recursos, estos milagros existen”.
Para la monja franciscana, la asociación de cartoneros y la cooperativa no son más que “una respuesta a ese espacio privilegiado de responder a las necesidades de la gente que permitan construir una comunidad más fraterna y digna para una convivencia de paz”.