- Mario Eduardo Cohen (Especial para Clarín) -
Nos preguntamos: ¿cómo reaccionaría un creyente si tiene que pasar por un infierno como el de Auschwitz?
Esto es lo que le sucedió a Elie Wiesel, galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1986 y recientemente fallecido en Nueva York a los 87 años. Una de las pocas personas que grabó la realidad del Holocausto en la memoria colectiva de la humanidad.
En 1945, a los 16 años de edad, Wiesel fue liberado del campo de Buchenwald (luego de pasar por Auschwitz), habiendo sido asesinada casi toda su familia durante el Holocausto (1). Quince años después se animó a dejar escritas estas preguntas, todas ellas de muy difícil respuesta:
¿Qué sentido tiene la vida en un universo que tolera crueldades inimaginables?
¿Cómo pudo guardar silencio el resto del mundo?
¿Cómo seguir siendo creyentes?
¿Cómo les cuenta uno a niños, grandes y pequeños, que la sociedad pudo perder su mente y empezó a asesinar su propia alma?
¿Cómo se llora a seis millones de muertos?
¿Cuántas velas se encienden? ¿Cuántas plegarias se oran?
Wiesel se encargó de esbozar algunas respuestas. “En el Holocausto no sólo murió el judío, sino también el hombre y la humanidad. El propio corazón del mundo fue incendiado en Auschwitz. No sólo murió el hombre sino también la idea del hombre ...”
Y agregó: “He aquí el reino de la noche, donde se oculta el rostro de Dios y un cielo en llamas se convierte en cementerio de un pueblo evaporado”.
Narra el renombrado escritor que cuando un jovencito era colgado en forma pública en Auschwitz en venganza por una fuga ocurrió que ... “Detrás de mí un hombre preguntó en voz baja: ¿Dónde está Dios? ¿Dónde está? Y oí una voz que contestaba dentro de mí: ¿Dónde está? Aquí está. ¡Ahorcado en este patíbulo!” En el mismo sentido, señala: “El Talmud dice que Dios sufre con el hombre. ¿Por qué? Para entender mejor al hombre y para que el hombre entienda mejor a Dios”.
En otro párrafo comenta con respecto a su primer día en Auschwitz: “Jamás olvidaré esos instantes que asesinaron a mi Dios y mi alma, y convirtieron en polvo mis sueños. Jamás lo olvidaré, aunque me condenaran a vivir tanto como Dios. Jamás”.
Durante su carrera, Wiesel se ocupó de defender, en los escritos de sus libros y en sus conferencias, las causas justas como las de los judíos soviéticos y otras que merecían su atención. Y como profesor nunca dejó de seguir contando cuentos jasídicos sobre el gran valor de la vida.
El comité que le otorgó el Premio Nobel indicó: “Su mensaje es un mensaje de paz, de expiación y de dignidad humana. Su convicción en que las fuerzas que luchan contra el mal en el mundo pueden triunfar es una convicción lograda con un enorme esfuerzo”.
Hay algunas interpretaciones teológicas sobre el Holocausto que enfatizan el papel de Dios en el exterminio; Elie Wiesel, por el contrario, acentúa el lugar en la responsabilidad del hombre en la masacre.
Wiesel siguió siendo creyente, aunque crítico de Dios. Como Job, repite: “¿Por qué?”. Y afirma: “Estoy a menudo contra Dios, pero nunca sin Dios”.
(1) Si bien hoy se utiliza Shoá en lugar de Holocausto, empleo este último término para ser fiel a los textos de Wiesel.
(*) Presidente del Centro de Inves- tigación y Difusión de la Cultura Sefardí (CIDICSef).