Un inolvidable domingo de Ramos, soleado y multitudinario, en la plaza de San Pedro, en Roma durante el Jubileo del año 2000. El Papa Juan Pablo II concluye con dificultad la Misa y comienza su diálogo con los jóvenes.
Se transfigura. Dirigiéndose a cada grupo allí presente en su idioma, les hace comentarios, bromas, invitaciones a expresar su amor por Jesús. Los jóvenes le responden en complicidad a su Papa, a aquel hombre que les abría,
en cada oportunidad, su corazón henchido de cariño. Hay un clima de fervor que nos envuelve a todos y que contagia ese anciano herido por tantos achaques y limitado en su capacidad expresiva, aunque trasuntando
siempre un compromiso de amor servidor por la humanidad. Al final de su ministerio, parecía querer decirle a cada ser humano: “Soy todo tuyo”. Lo mismo que al comienzo le había manifestado a María santísima: “Totus
tuus”.