La celebración de comienzo de año, llamado Rosh Hashaná, “cabeza de año”, inaugura diez días conocidos como Iamim Noraím, los días temibles, que culminan en Iom Kipur, el día de la expiación, en el décimo día del primer mes del año. Se los considera días temibles por la intensidad del trabajo espiritual que se debe llevar a cabo. Estos primeros diez días marcan un tiempo de profunda reflexión e introspección.
Este proceso se llama Teshuvá, del verbo “lashuv”, que significa volver, retornar, a los días pasados, al proyecto de vida que elegimos, a las palabras pronunciadas y los actos realizados.
La celebración, a diferencia de otras culturas que arrancan el comienzo de un año con festejos estridentes, la tradición judía la prescribe totalmente, como un profundo encuentro con uno mismo, que lleva a un encuentro con Dios.
El año 5774, según la tradición rabínica se cuenta, simbólicamente, desde la creación del hombre y la mujer, el sexto día de la creación del mundo, de acuerdo con Génesis 1.
Y esta fecha, lejos de marcar un suceso histórico, nos interpela como humanidad acerca de qué hicimos con nuestra creación, cómo damos cuenta de nuestro accionar en el mundo, que fue creado para que nosotros nos hagamos responsables. Rosh Hashaná, el comienzo del año, es llamado Iom Hadin, el día del juicio, porque en esa jornada somos juzgados por nuestras acciones, y se define el destino del año que comienza.
Dios nos juzga desde su trono celestial, pero nosotros tenemos las herramientas para atenuar la severidad del juicio: plegaria sincera, un trabajo profundo de retorno, revisión y reparación de nuestros errores, y actos de buenas acciones.
Los primeros dos días del año, los celebramos rezando en comunidad, en la sinagoga, y encontrándonos con nuestras familias. Luego nos reencontramos en lavíspera del décimo día para transitar juntos el día de la expiación -conocido como el día del perdón-, llamado en hebreo Iom Kipur. En este día, simbólicamente se rubrica nuestro destino en el cielo. Ayunamos, desde la víspera antes de que caiga el sol, hasta la noche del día siguiente.
No comemos ni bebemos, para hacer un vacío en nuestro interior, un vacío de la materialidad que a veces no nos permite conectarnos con nuestra espiritualidad Le hacemos lugar a la conciencia, a las emociones, a nuestro silencio, acompañando físicamente el trabajo espiritual que estamos llamados a realizar. *Rabina Comunidad Bet El