Por: María Montero
Desde hace diez años la Iglesia porteña, a través de la vicaría de Educación del arzobispado de Buenos Aires, está empeñada en que la educación llegue a todas las familias y barrios crecientes, a través de la recuperación de escuelas abandonadas o la creación de nuevas. La última fue el Instituto secundario Nuestra Señora de los Milagros de Caacupé que funciona dentro de la villa 21 del barrio porteño de Barracas, concretando el proyecto que el conocido padre José “Pepe” di Paola tenía desde 1996, cuando veía los estragos que hacía la droga en los jóvenes.
“Esto termina el circuito que tiene la parroquia de prevención y promoción -dice el padre Pepe-, para que aquellos chicos que vuelven de una granja, de recuperarse
de adicciones, puedan organizar nuevamente su vida”. Es la primera y única escuela de gestión social en la ciudad de Bue - nos Aires, aunque desde la Vicaría
se estudia extender el proyecto a otros barrios, teniendo en cuenta que en la última década los alumnos de familias crecientes que concurren a escuelas parroquiales aumentaron un 270%.
“El colegio está pensado para chicos de 15 a 25 años de la villa - cuenta el padre Pepe- que dejaron la escuela o no la iniciaron nunca. Pibes que después de recuperarse piensan con mucho miedo cómo volver al mismo pasillo, al mismo lugar de consumo donde se desarrolló su vida”. Y explica que este bachillerato de 3 años los capacita en informática o en electromecánica.
Funciona en dos aulas con capacidad para 22 alumnos cada una, porque el objetivo es que el profesor tenga un trato personal con cada uno.
“En otros colegios los profes llegan de mal humor -opina Miguel (18)-, en cambio aquí son recopados y nos tratan rebien”. La escuela para Miguel es más que un lugar de estudio. Después de dos años de estar en la calle asegura que este espacio lo mantiene ocupado y piensa seguir estudiando hasta convertirse en chef.
También Ulises (22) quiere continuar estudiando para ser profesor de informática. “Desde los 16 años tuve una vida difícil y, gracias a Dios, hoy estoy bien”, dice.
Asegura que el colegio le dio una gran enseñanza “que es la de compartir con personas diferentes, encontrar un grupo de amigos, un lugar donde puedo descansar de todas las cosas que pasé en mi vida”.
Carla (16) se define como repetidora. “Pero ahora sí estudio -acota-, además el grupo es muy lindo, tenemos edades muy variadas pero hacemos todo juntos”.
Para el padre Pepe es fundamental el sentido religioso que se da en la enseñanza, no sólo a través de la materia catequesis sino en la elección de los docentes: “Buscamos que puedan transmitirle valores espirituales a los chicos porque creemos que la adicción es un problema espiritual, el no encontrarle sentido a la vida”. No duda en afirmar que el pueblo de las villas es religioso. “No conciben la sociedad sin Dios –afirma-, entonces no trasladarlo a las aulas es renunciar a ese espíritu”. La mayoría de los chicos quiere seguir una carrera docente. Aseguran que “se necesita alguien que te ayude a mirar hacia delante, por eso queremos darle a otros lo que no tuvimos en su momento”. Ese es, precisamente, el mismo desafío que persigue la Vicaría de la Educación de la arquidiócesis de Buenos Aires, acercando la calidad educativa a los barrios más pobres de la ciudad.