Por: Daniel Goldman
La existencia judía se desarrolla fundamentalmente en dos ámbitos: la sinagoga y el hogar. Y no por casualidad
las dos conmemoraciones más populares alternan el escenario: El Rosh Hashaná o año nuevo judío, que se festeja alrededor del mes de setiembre, tiene como lugar de despliegue reconocido el espacio de la Sinagoga, mientras que el Pésaj o la Pascua Judía prioriza el hogar. Estando a pocos días del Pésaj, las casas judías comienzan a prepararse para dar la bienvenida a esta fiesta, que tiene como eje el encuentro alrededor de la mesa familiar y que apela a la reflexión del tema de la libertad, ya que en esta celebración recordamos la salida de la esclavitud de Egipto, tal como lo registra el bíblico libro de Éxodo en su capítulo número 12. Y para ello la propia tradición hebrea destaca didácticamente una serie de símbolos. El más conocido es el de la Matzá o pan ázimo. Esta suerte de fina masa tiene como objeto pedagógico recordarnos que cuando Moisés el profeta logra doblegar al Faraón egipcio, los israelitas tuvieron que apresurarse para salir del cautiverio a la libertad, careciendo de tiempo para que al hornear sus panes, estos pudiesen levar. Los maestros o rabíes nos enseñan que el paso de una situación a otra muchas veces se produce con tanta ligereza, que ni siquiera nos da oportunidad para preparar el alimento como hubiésemos deseado. Pero en tanto el alimento no falte, el ánimo de libertad como valor, debe superar a cualquier deseo e materialidad. Encantadoramente nos enseñan los maestros jasídicos que esperar a que el pan fermente en aras de perderse la oportunidad de emanciparse es profanar el tiempo. En la memoria renovada de esta festividad que ya llega en las próximas semanas, sepamos santificar con amor nuestras casas y degustar la emblemática Matzá o pan de la prisa, que no es otra cosa que alimento de esperanza.