Por: Daniel Goldman
Personajes insólitos se cruzan en la historia. De algunos conocemos testimoniales anécdotas y sobre otros se construyen mitos. Sea como fuere, en la edificación de la “veracidad” (que según los académicos no es lo mismo que la “verdad”) todo resulta equivalente. En el camino de lo judío aparece un personaje contemporáneo sobre quien, para la reconstrucción de su biografía, hubo que recurrir, de manera simpática, tanto a la leyenda como a la evidencia. Un destacado periodista francés, Salomón Malka, le dedicó a esta figura un pequeño libro. La obra lleva su apellido: Monsieur (señor) Shoshani.
¿Quién fue el tal señor Shoshani? Un extraño maestro que transitó el siglo XX. Literatos y filósofos que se cruzaron con él en la vida coincidieron en algo, a través de una tesis muy humana: los que se destacan puede que por un lado sean sumamente inteligentes, entendiendo por inteligencia la capacidad de resolver dilemas, y por otro los individuos memoriosos, es decir aquellos que recuerdan capítulos enteros de un remoto libro sin olvidarse un punto o una coma. Pues bien, quienes combinan ambas aptitudes son únicos en cada generación. Shoshani fue uno de ellos.
Para comprender de quién se trata, vale reeditar algunas anécdotas. Cuenta el filósofo Emmanuel Levinas que, estando de paso Shoshani en París y alojándose en su casa, le preguntó sobre qué tema iría a impartir ese día en su clase en la universidad. Levinas le informó que el seminario que estaba dictando era sobre Voltaire. Shoshani le contestó: “Tú no sabes nada sobre Voltaire. Déjame darla a mí”. Señala Levinas que la capacidad de erudición, citas y la calidad de las comparaciones a la que recurrió Shoshani en clase dejó boquiabiertos a alumnos y docentes. “No puedo decir lo que él sabe, pero todo lo que yo sabía, él lo sabía”, concluye Levinas.
Otra. Se cuenta que, vaga- bundeando por las calles de Lyon, Shoshani se topó en la puerta de una prestigiosa Madrasa (escuela religiosa islámica) con el Imam que dirigía la institución. Luego de una larga plática, el Imam dijo que los secretos y las perlas que revelaba este hombre sobre la tradición musulmana sólo podía saberlos un Imam.
Nadie supo dónde había nacido, cómo se mantenía ni de qué manera transcurrían sus días. Solamente que iba de acá para allá y que vivió sus últimos años en Montevideo, Uruguay.
Hace un tiempo visité el otro lado del Río de la Plata y me hice una escapada al cementerio israelita para rendirle homenaje. Con asombro leí en su lápida un epitafio grabado en idioma hebreo: “Aquí yace el Sabio Shoshani de bendita memoria. Su nacimiento y su vida se sellan en un enigma”.