JUDIOS

El imponente Museo Polín

Por: Mario E. Cohen

En Varsovia, recrea el judaísmo en Polonia, reivindica el vínculo entre los pueblos y recuerda a las víctimas del Holocausto.
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En mayo brindé conferencias en Cracovia y palpé allí el interés de muchos jóvenes polacos por la cultura judía. En Varsovia, me deslumbró el llamado Museo de Historia de los Judíos, también conocido como Polín, inaugurado hace cuatro años y fruto del esfuerzo público y privado. Su objetivo es evocar el milenario vínculo de los judíos con el pueblo polaco, reivindicando un brillante pasado sin olvidarse del antisemitismo. Impresiona por la alta calidad de presentación y el empleo de avanzada multimedia. En 2016 fue premiado como el mejor museo de Europa.

Aunque tengo algunas disidencias es, en mi opinión, uno de los mejores museos judío del mundo y se halla en un país donde hoy prácticamente no hay judíos, aunque antes del Holocausto Polonia era el país europeo con mayor población judía (unos 3 millones).

Polín, significa Polonia en hebreo, pero puede también signifi- car “aquí descansamos”. ¡Toda una alegoría!

Es simbólica su ubicación, enclavado en la calle que conmemora a Mordejai Anielewicz —líder y mártir de la heroica rebelión judía en 1943 contra el ocupante nazi— y muy cerca del Monumento a los Mártires del Levantamiento. La idea, según los organizadores, fue completar la historia: mientras el monumento conme- mora a los judíos polacos que murieron, el museo quiere ser un recuerdo de cómo vivieron.

Se erige sobre las cenizas del arrasado Gueto (que es hoy una plaza) y a un centenar de metros de Mila 18, búnker de la resistencia judía durante el citado levantamiento. Si bien el Museo Polín no es museo del Holocausto, le dedica poco espacio a este tema y escaso al cobarde colaboracionismo de algunos polacos.

Al iniciar el recorrido, es característico el vestíbulo, que casi parte al edificio en dos. El espacio vacío representa la interrupción de la vida judía por el Holocausto o puede ser también una referencia a la apertura bíblica del Mar Rojo. El futuro y el pasado se unen en su diseño.

Al ingresar encontramos un gran bosque, evocando cómo era Polonia hace un milenio al llegar los prim ros judíos. Luego informa cronológi- camente acerca de los siglos siguientes cuando Polonia fue tierra tolerante, refugio de persecuciones y atracción para los judíos, que crecieron numéricamente. Polonia fue llamada “el paraíso judío”, pero todo cambió en 1648 con las matanzas de judíos a manos de cosacos; alternando más tarde épocas de prosperidad y persecución antisemita.

Se muestran las tendencias religiosas, políticas y sociales de la vida judía para apreciar el papel que tuvieron en la cultura, el arte, la economía; al igual que identifica sus grandes personajes. El museo menciona también a la Argentina, indicando que 127.000 judíos polacos inmigraron a nuestro país, y exhibe hermosos afiches de compañías navieras promocionando Buenos Aires.

La mejor forma de sacarse los prejuicios es conocer al otro y el objetivo del museo es llamar a la comprensión contra los estereotipos y enfren- tar los peligros del mundo de hoy, como la xenofobia y los nacionalismos.

Ampliando esta positiva apertura, el parlamento polaco acaba de amortiguar la ley que sanciona a quienes mencionen a Polonia como interviniente en la Shoá.