El Jasidismo es una corriente judía popular surgida en Polonia, Ucrania y Bielorrusia en el siglo XVIII. Fundada por el rabino Israel ben Eliezer, más conocido como Baal Shem Tov (literalmente: El hombre del buen nombre), el movimiento constituyó una respuesta a ciertas expresiones culturales y religiosas de vida que se habían transformado en demasiado académicas, alejándose de la necesidad de la espiritualidad y la alegría.
El Jasidismo representa una de las escuelas más creativas en la historia del pueblo judío y una particularidad de sus maestros es que transmitían sus enseñanzas a través de cuentos y parábolas que comunicaban de manera simple la profundidad de la devoción y el amor a Dios, y la manera de poder acercarse a Él.
Con belleza, estos relatos trascendieron inclusive a sus propios narradores, y son enseñados hasta nuestro presente. Los invito a que descubran el encanto de algunos de ellos.
Por ejemplo, el rabí de Sadagora enseñó a sus discípulos que se puede aprender de cualquier cosa. Y así decía: “Cada cosa puede enseñarnos algo, y no sólo lo que ha creado Dios. Lo que hizo el hombre también puede enseñarnos. (...) ¿Qué podemos aprender de un tren? Que a causa de un segundo podemos perderlo todo. (...) Y del telégrafo? Que cada palabra se cuenta y se cobra. (...) ¿Y del teléfono? Que lo que decimos aquí se oye allá”.
Por otra parte, el Talmud enumera su primer página con la letra “bet”, que representa el número dos- y no con la “alef”- que representa al número uno. En una clase, los estudiantes le consultaron al Rabi Levi Itzjak por qué no había primera pagina y este respondió: “porque por mucho que un hombre pueda aprender y estudiar, siempre debe recordar que no ha llegado siquiera al inicio”.
El Rabi Mendel, por su parte, pidió a sus alumnos que no usaran nada alrededor del cuello mientras oraban porque —decía— nada debe separar al corazón del cerebro.
El piadoso rabino Eisik de Cracovia, tuvo un sueño que le ordenaba ir a Praga, donde bajo el gran puente que conducía al Castillo Real, descubriría un tesoro escondido. El sueño se repitió tres veces, y el rabino decidió partir a la capital Checa. Al llegar, encontró el puente, aunque vigilado noche y día por centinelas. Eisik no se atrevió a excavar y vagando por los alrededores, terminó por atraer la atención del capitán de los guardias, que amablemente le preguntó si había perdido alguna cosa. Con sencillez, el rabino le contó su sueño. El oficial estalló de risa: “¡Pobre hombre!, ¿verdaderamente has gastado tus suelas en recorrer todo este camino por un sueño? ¿Qué persona razonable creería en un sueño?”. También el oficial había oído una voz en sueños: “Me hablaba sobre Cracovia y me ordenaba ir hasta allí para buscar un gran tesoro en la casa de un tal Eisik. El tesoro debía ser descubierto en un polvoriento rincón de su casa. Pero ¿cómo podría creer en un sueño?”. El rabino le dio las gracias y se apresuro a volver a Cracovia. Excavó en el rincón abandonado de su casa y descubrió el tesoro, que no estaba en otro lugar. Estaba en su propio hogar.
Por último, cuenta la historia que Rabi Baruj encontró a su hijo llorando desconsoladamente mientras jugaba a las escondidas y no entendía por qué estaba tan angustiado. Después de un tiempo descubrió que lloraba porque nadie lo buscaba. Entonces los ojos de Rabí Baruj se llenaron de lágrimas y murmuró: “Posiblemente Dios diga lo mismo: Yo me escondo pero nadie quiere buscarme”.