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EL LEGENDARIO MARSHALL MEYER

Por: Daniel Goldman

UN GRAN RABINO DE SU TIEMPO
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Corría el año 1962, cuando el rabino Marshall T. Meyer, nacido en EE.UU., decidió fundar el Seminario Rabínico Latinoamericano. Este rabino, tan particular, visionario en su generación consideró que la revitalización del judaísmo en el continente latinoamericano podría realizarse si existiesen maestros de la tradición que
tuviesen 4 cosas: 1) Pasión por lo sagrado: En el judaísmo ni la naturaleza ni los objetos son sacros. Dios es sagrado y la creación de aquello elaborado a Su imagen y semejanza, es decir el hombre, resulta sagrado. El vínculo con nuestra vida y la del otro, cuando es hallada dentro de la égida del cuidado y del amor, resulta la forma en como Dios se traduce ante los hombres. Esta forma y arte de vivir debe ser llevada a cabo con ímpetu, entusiasmo y gratitud.
2) Sensibilidad: una de las preocupaciones permanente del judaísmo fue, cómo adecuar la esencia de su tradición a las exigencias constantes y cambiantes del mundo externo. El vehículo para llevar a cabo la adecuación y transformación es la sinagoga, la casa de estudio y la educación. El maestro de la tradición debe
tener la suciente capacidad de comprensión para que el mensaje no resulte algo rígido, de modo tal que no produzca un quiebre con la realidad, y por otro lado no dejarse llevar por la corriente de las modas que destruyen la particularidad de la esencia, sabiendo vislumbrar las necesidades de su pueblo y sus búsquedas profundas, muchas veces remando contra la corriente.
3) Que hable el mismo idioma que sus congregantes: debería ser nativo del continente, que hable castellano, que sepa comunicar su mensaje y comprender dolores, angustias, alegrías del niño, del joven y del adulto. Que  n una sociedad donde prima el individualismo y el anonimato, entienda el valor de la emoción, que sepa mirar a los ojos y percibir el problema del ser humano al que le cuesta encontrar sentido a la vida, o perdió un ser amado.
4) Formación académica: que comprenda la evolución de la Biblia y las fuentes judías dentro de los contextos históricos y culturales, que sepa interpretar los textos
y relacionarlos con la realidad que le toque vivir y pueda entender y exponer su vasto mensaje. Con este espíritu fue fundado el Seminario Rabínico Latinoamericano. Una señorial casona de Belgrano adaptó sus habitaciones en aulas y una sólida biblioteca. Y fue una suerte de elaboración artesanal, la que impregnó la vida de quienes transcurrimos nuestros años de formación junto a los rabinos Meyer, Edery y muchos otros. Hoy siendo docente de esa casa de estudios,
siento el orgullo de haber comprendido el eco del mensaje del Gran Rabino de su Tiempo, quien nos enseñó en sus clases tanto la Torá como el valor de la amistad con quienes compartí lecturas, polémicas constructivas y sueños en común, sabiendo que casi un centenar de egresados asisten a decenas de miles de judíos por todo el continente llevando así el testimonio de una tarea que resulta ser una misión: Transformar el mundo en el reino de Dios.