Por: Daniel Goldman
Históricamente, los judíos festejamos en Pésaj la liberación de la esclavitud de Egipto, según el libro de Exodo, y los cristianos, en Semana Santa y Pascua, la resurrección de Jesús. Motivaciones diferentes, pero coincidencias muy significativas en lo profundo de ambas tradiciones espirituales. Justamente, en uno de sus artículos, Ismar Schorsh, ex rector del Seminario Rabínico de New York, destaca tal paralelismo. En primer lugar, la matriz de las dos conmemoraciones están vinculadas a la primavera. En ambas religiones, el calendario se ajusta, cuidando que la festividad se celebre al principio de la primavera en la zona del oriente medio (inicio del otoño en nuestras latitudes). Para el cristianismo, la resurrección aconteció un domingo, por lo cual el Concilio de Nicea (año 325) determinó que Pascua cayera el primer domingo después de la primera luna llena
tras el equinoccio invernal. Por ello, la Pascua cristiana no tiene fecha fija, pero sí próxima a la luna llena, coincidente con el comienzo de Pésaj, el día 15 de Nisán del calendario hebreo, que es un calendario lunar. Acorde al mismo esquema, la ley judía interpretó el versículo “Hoy mismo salís, en el mes de la primavera” (Exodo 13:4), como una condición para que Pésaj siempre fuera al principio del inicio de otro clima, época en que concluyen las lluvias del invierno y el clima se torna encantador, un tiempo dotado de hermosura. En segundo lugar -dice Schorch- ambas fiestas se centran en un resonante mensaje de esperanza. La renovación de la naturaleza, en primavera amplifica la promesa de redención enclavada en los episodios históricos
que se conmemoran, pues para cada comunidad, la presencia de Dios se manifiesta en esas dimensiones: naturaleza e historia. Que este período sagrado, nos permita humanamente madurar aprendiendo de las diferencias y hermanándonos en las coincidencias.