El sabor de la vida es agridulce

Por: Daniel Goldman

En las cenas de Pesaj se combinan bocados dulces y amargos, una metáfora de la realidad.
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Durante las dos primeras noches del Pesaj, de la pascua judía (que dura ocho días) realizamos cenas festivas llamadas “Seder”. La palabra “seder” significa “orden” y remite a una serie de pasos preestablecidos que llevamos a cabo durante la cena, los cuales de manera didáctica nos inscriben en la historia de la salida de los hebreos de Egipto, acorde a lo que relata la Biblia en el libro de Éxodo. En este “orden”, que llevamos a cabo del mismo modo desde hace siglos, se combinan relatos y comidas. No solo “contamos” la epopeya, también la “ingerimos”. Uno de los instantes más enternecedores de la cena es el “Korej”, una suerte de interludio en el que se cuenta que Hillel, un maestro del siglo I, combinando todos los alimentos sagrados, condensaba en un bocado el “maror” (una pizca de hierbas amargas), mezclándolo con “jaro- set” (una suerte de mermelada de manzana y nuez) y los comía juntos.

Enseñan los sabios que con la simpleza de uno solo de nuestros sentidos, el del gusto, aprendemos que el sabor de la vida no es exclusivamente dulce, ni sólo amargo. El sabor de la vida es agridulce. El “jaroset” suaviza la amargura del “maror”, y hace que sea digerible. Y el “maror” resalta la dulzura del “jaroset”. Posiblemente, con plena conciencia del paso del tiempo, aprendemos a crecer en la mixtura de las decepciones y las ilusiones, de los dolores y las satisfacciones, de los residuos y los tesoros. Cuando nos formamos amortiguando el rigor de nuestras limitaciones humanas, valoramos la dulzura de los momentos preciosos, a través de los instantes de amor, de solidaridad y comprensión. Y cuando la oscuridad y la pérdida nos invade, deseamos que los otros tiempos retornen para renovar la vida y recuperar la fuerza. Pueda este tiempo de celebración enseñarnos a superar las dificultades que debemos atravesar en la existencia.