Por: P. Guillermo Marcó
También el fin del mundo pronosticado por los Mayas para el 21 de este mes. ¿Llegaremos al 25? No lo
sé. Puede incluso abatirse otra tormenta como las que venimos padeciendo y perezcamos en una feroz inundación. Lo que si sé es que hace unos momentos se cortó la luz por segunda vez desde que estoy escribiendo este artículo. Sé, además, en quien tenemos que poner nuestra esperanza, mas allá de avatares políticos o judiciales, de batallas perdidas o ganadas. Y que, por eso, tenemos que recuperar el “Espíritu de la Navidad”.
La Navidad como celebración religiosa se fue perdiendo a raíz de la cultura de la sociedad de consumo. Tenemos lo que supimos conseguir: una Navidad sin Jesús. No es de extrañar, entonces, que no haya espíritu navideño. Hemos ido secuestrando el auténtico sentido de la Navidad para convertir la celebración en una fiesta donde todos celebran, pero muchos no saben por qué. Y, si no saben “qué” se festeja, sería lógico que en algún momento ya no tengan más ganas de festejarla.
Estamos ante una fiesta con “nieve” y 39 grados de calor, con duendes no se sabe a santo de quécon un señor vestido de rojo que trae regalos que antes se fabricaban en los países nórdicos, pero que ahora ... ¡los importa de la China! ¿No será este un buen momento para dejar afuera tanta pavada y recobrar lo esencial?: El 25 de diciembre se festeja el nacimiento de Jesús. Todo lo demás es una consecuencia de eso. Jesús es el regalo que nos hace el Cielo; por eso intercambiamos regalos.
Ahora, volviendo a las predicciones mayas: ¿Qué pasará pasado mañana? Nada. El mundo seguirá andando. ¿Qué dirán al día siguiente los falsos profetas? Por eso, es bueno que no perdamos eltiempo en tonterías y nos acerquemos más a Dios, que abramos nuestro corazón para preparar la Navidad, así como Dios fue preparando a un Pueblo, en el amor lento de quien requiere tiempo para comprender, y le fue anunciando que no lo dejaría solo.
Dios nos habló en otro tiempo por medio de profetas, de señales, de sueños y epopeyas, pero en su generosidad decidió en un momento de la historia hacerse uno de nosotros y dirigirse con gestos y palabras. María y José buscaron casa en aquella primera Navidad; golpearon puertas de parientes, de amigos, (Belén era la ciudad de la familia de José). Ella estaba urgida, a punto de dar a luz. Decidieron “comprar” la hospitalidad que los otros le negaron y fueron a una hostería, pero estaba llena: “No había lugar en la posada ...” Solo una cueva, un pesebre fue el destino definitivo.
Ellos también quisieron compañía, pero los otros no los eligieron. Compartieron la Navidad con un buey y un burro. Los pobres que esa noche estaban en el campo fueron invitados al convite. Por eso, en Navidad nos acordamos sobre todo de los que están solos, ponemos un plato de más, estiramos la mesa y disponemos la casa. Porque es noche de reconciliación y de perdón. La peor hipocresía es el orgullo que nos impide acercarnos al otro y que nos lleva a cerrarle la puerta: “No había lugar ...” Dios es el regalo mas grande; el amor, la mejor comida; la luz del recién nacido, la mejor pirotecnia. En El están los que se fueron, los recordaremos en la misa o con una oración. En El se borra toda soledad o melancolía. Dios entró en el tiempo. El omnipotente llora en los brazos de una mujer. Dios se hizo hombre. Ese es el sentido de la Navidad. Frente a la profecía de un final pesimista, como cristianos, renovemos la esperanza de vivir ... ¡una Navidad con Jesús!