Por: Daniel Goldman
Acorde al orden del calendario judío, hace un par de semanas comenzamos con la lectura ritual del libro de Números. En hebreo se lo denomina “Bamidbar”, que significa el tratado del Desierto. Allí se relatan los eventos ocurridos durante los dos últimos años, dentro de los cuarenta que el pueblo hebreo deambuló por la inhóspita llanura del Sinaí, hasta casi llegar a los límites de la Tierra Prometida.
Ese desierto es testigo de una cantidad de escenas fuertes. Un breve racconto de los mismos nos da una noción de lo intenso de cada uno de estos acontecimientos. El primero es la historia de los doce espías que son enviados a vislumbrar la Tierra de Canaan, quienes al volver traen muestras de los maravillosos frutos y semillas que allí se cultivan. Pero la paradoja se da en sus declaraciones orales de desesperación y desencanto. “Los que allí habitan son gigantes... y frente a ellos parecemos langostas”. A esta escena se añade la rebelión de Coré, quien receloso por la autoridad de Moisés lo desafía intentando arrebatarle el liderazgo. Otro acontecimiento es el de la queja y la frustración del pueblo, por la falta de agua. Dios le indica hablarle a una roca de la cual emanará el fluido vital. Pero el líder la golpea. Y esa acción le impide cruzar a la Tierra de Israel.
Cada uno de estos relatos del libro de Números atesora imágenes sumamente potentes y profundas de momentos críticos, de desasosiego y complicación.
En lo personal me gusta pensar en la figura del desierto como la metáfora del “lado oscuro del alma humana”, que refleja nuestra sombra, miedos y rivalidades.
Una simple observación: mientras que el libro anterior, Levítico, nos enseña el sentido del ritual como hábito para alcanzar lo sublime, Números describe la consternación. Rápidamente, en una vuelta de hoja, pasamos de una escena a la opuesta. El mensaje es que acarreamos dentro nuestro un impulso estimulante y a su vez uno negativo. Esa contradicción pertenece ni más ni menos que “al ámbito de lo humano”.
Asumiendo el riesgo, el desierto enseña que después de aprender los rituales de Lévitico, no debemos ignorar “un lado oscuro” que todos llevamos. En ese sentido, el arte de la sabiduría indica que no existe forma de superarlo si no se lo relata. Porque si no se lo habla, se lo sublima y se lo repite en la práctica.
Poner en palabras nuestros miedos permite que la sombra pueda desvanecerse. Ello nos ayuda a superar las pesadillas para no convertirnos en extraños de nosotros mismos. Por eso, leer el libro de Números no es una recomendación literaria. Es un acto de purificación del alma.