Por: Norma Kraselnik
Esta época del año judío se caracteriza por el festejo de una gran cantidad de celebraciones. De los treinta días que tiene el mes de Tishrei, mes que estamos transitando, doce pertenecen a la categoría festiva. Esto implica que nos reencontramos en la sinagoga, rezamos en comunidad, nos preparamos espiritualmente, compartimos cenas, ayunamos, pedimos perdón y perdonamos... por nombrar solo algunas de las situaciones que vivimos durante estos días tan movilizadores. Diversas son también las emociones que se suceden en cada uno de los individuos que intentan conectarse con el Creador por medio de las plegarias del Majzor, el libro de oraciones que usamos para estas fiestas, que recopila siglos de creaciones literarias y que suelen estar bellamente musicalizadas.
Este lapso de tiempo se inicia con el recuerdo de la Creación del Universo hace simbólicamente 5780 años y da comienzo a un nuevo ciclo anual de 354 días, Rosh Hashaná, el Año Nuevo. Diez días después pasamos por una introspección profunda que nos interpela sobre la existencia del hombre en este mundo: Iom Kipur, el Día del Perdón, jornada de reflexión, de ayuno, de confesión, de arrepentimientos. Con la luna llena del mes de Tishrei, llega Sucot, la Celebración de las Cabañas. Comemos y dormimos en chozas con techos de rama o paja que nos permiten a través de ellos ver el cielo, recordando los cuarenta años que el pueblo de Israel transitó por el desierto y tomando conciencia de la fragilidad de nuestras vidas bajo la supremacía de la naturaleza de quien dependemos absolutamente. Y por último, llega Simjat Torá, la Alegría de la Torá, como coronación de todas estas celebraciones. ¿Y qué celebramos? Celebramos “el libro”, la palabra, la cultura, la historia, el relato, el mito. Celebramos que concluimos con la lectura del rollo de la Torá, el Pentateuco, los cinco libros de Moisés cuyas 54 porciones se leen pública y semanalmente en la sinagoga y que inmediatamente a continuación comenzamos de nuevo su lectura desde el inicio de modo que el ciclo no tenga fin.
El rollo de la Torá es el texto del Pentateuco escrito por un Sofer o escriba en los cueros extraídos de la piel de un animal considerado puro o Kosher, preparados especialmente según la ley judía. Las letras hebreas son escritas con una pluma de ganso y tinta especial y luego los trozos de cuero escritos son cocidos entre sí generando un gran pliego que se enrolla en torno a dos palos de madera llamados Etz Jaim, Árbol de Vida. El rollo así armado se ata con un cinto de tela y sobre él se coloca una “vestidura” que lleva bordados o bien se guarda en una urna decorada para protegerlo. En Shabat y en las celebraciones los rollos se sacan del Arca o armario de la sinagoga. En el día de Simjat Torá se lee el párrafo final del Deuteronomio, que relata la despedida de Moisés de su pueblo y su muerte a edad avanzada e inmediatamente se comienza con el Génesis. Luego se realizan procesiones en las quese convoca a la congregación a bailar y a cantar alrededor de los rollos de la Torá. Si alguien que no está familiarizado con esta práctica entra a una sinagoga en Simjat Torá se sorprenderá al ver gente bailando y cantando alrededor de una persona que sostiene en sus brazos un rollo de Torá al que abraza cual si fuese un bebé. Muchas veces a lo largo de la historia, prohibieron a los judíos el contacto con la Torá. Sin duda, es el talón de Aquiles. Su estudio e interpretación es la esencia de lo judío. Por eso me gusta pensar que durante el mes de Tishrei queda sintetizado en doce días la concepción histórica de la civilización judía: creación, ser humano, naturaleza y cultura. Y de todas, mi preferida por original y simbólica es esta última. Simjat Torá se festeja este año desde el atardecer del lunes 21 hasta la tarde del martes 22 de octubre. Que este período festivo pueda inspirar nuestras vidas para acercarnos al Creador del Universo y contribuir a un mundo con más alegría.