Por: Daniel Goldman
Estamos transitando el Pesaj, la Pascua Judía, festividad en la que agradecemos a Dios por haber iluminado a nuestros antepasados con la conciencia de la libertad. Fruto de ello, vuelven a mi memoria los pensamientos de un rabino muy querido (rabino es sinónimo de maestro), el profesor Pinjas Pe- li. Hace décadas, en mis años de seminario, Peli nos enseñaba las características de tres personajes míticos que hacen a la saga de esta celebración.
El primero es José, hijo del patriarca Jacob, y cuya historia se remonta al libro de Génesis. José es la figura que nos retrotrae al principio de toda secuencia pascual. El es quien, con la mejor de las intenciones, nos transporta a Egipto.
Después de vivir la traumática experiencia de haber sido vendido por sus hermanos en la condición de esclavo, el juego del destino lo conduce a ocupar una alta posición en las tierras del Nilo. El texto bíblico relata que José salva a la población egipcia, diseñando un plan en el que se acopie comida para sobrellevar la sequía de siete años. Pero hay un detalle que pasamos prácticamente por alto y que los maestros judíos del Medioevo no pudieron explicar. La Torá dice -con un poco de timidez- que durante el mismo proceso en el que se suministra a los egipcios comida, José le sugiere al faraón que haya hombres que sean sus sirvientes. El mandatario toma su sugerencia, y esto deriva en que una generación más tarde -cuando surge un nuevo monarca- la posición de los israelitas sea tan compleja que ter- minen esclavizados. Entonces -decía mi maestro- la enseñanza para nuestro tiempo debe conducirnos a esta pregunta: ¿cuánto hay de José en nosotros mismos, que al ejercer el poder no seamos conscientes de que nuestras malas recomendaciones y decisiones pueden acarrear un costo social y humano que derive en fuente de injusticia y de sometimiento?
En oposición a José -nos enseñaba el rabino- aparece la figura de Moisés. Habiendo crecido en una atmósfera de seguridad, comodidad y riqueza, reconoce la responsabilidad de cambiar ese mundo signado por la absoluta crueldad, producto del poder, del privilegio y de la opulencia. A Moisés lo sofoca la opresión del otro, y se emparenta con los esclavos, en su propia angustia. Entonces, acorde al paradigma de ese Moisés, ¿sentimos el llamado del compromiso que nos conduce a arriesgar nuestra cómoda posición en beneficio del hombre sufriente y sometido?
Por último, durante la celebración pascual se convoca a nuestra mesa al profeta Elías, quien según la tradición judía es el heraldo del Mesías. El Mesías -la tercera figura de la festividad- no es un ser sobrenatural, inmortal o infalible. Su misión es redimir a los marginados y desplazados. El símbolo de lo mesiánico no es el de trascender este mundo, sino simplemente el de transformar nuestro entorno. Entonces -sin ningún delirio mesiánico preguntaba mi maestro-, ¿estamos dispuestos a imitar a ese mesías? Emularlo es convocarlo a nuestra realidad. En este Pesaj los participo para que inviten a estas figuras paradigmáticas, convirtiendo sus enseñanzas en una lección para hacer un mundo mejor.