Lo religioso estuvo presente desde la infancia en Fidel Castro, el numen de la Revolución. Después de hacer la escuela primaria en un colegio lasallano de Santiago de Cuba cursó la secundaria en otro de esa ciudad que pertenecía a los jesuitas, que completó en La Habana, también en un colegio de la Compañía de Jesús. En 1953, tras el fracasado asalto al Cuartel Moncada y su posterior detención, el entonces arzobispo de Santiago, monseñor Enrique Pérez Serrantes, lo salvó al joven Fidel -tenía 26 años- de ser ejecutado por la dictadura de Fulgencio Baptista.
El triunfo de la Revolución y el ascenso de Castro al poder suscitó un entusiasmo en la Iglesia que fue reconocido por Fidel. “Los católicos cubanos prestaron su colaboración más decidida a la causa de la libertad”, dijo.
Pero dos años después, de la mano a su viraje al comunismo, el régimen inició una feroz persecución hacia la Iglesia católica y estableció en su Constitución que Cuba era un país ateo. Centenares de sacerdotes debieron abandonar la isla, las propiedades eclesiásticas fueron confiscadas y los fieles, privados de practicar libremente su fe.
Sin embargo, en los ’90, tras el colapso de la URSS, Fidel - por una mezcla de necesidad y de realismo- debió aceptar la religiosidad de su pueblo. En una nueva reforma constitucional, Cuba pasó a ser un “Estado laico” y se eliminó la prohibición de que miembros del partido comunista integraran las filas de la Iglesia. Paralelamente, el clero iba desplegando una mayor actividad, facilitada por las visitas de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Hoy el 65 % de los cubanos se declara cristiano con un aumento de los evangélicos.
Pero las restricciones a la libertad siguen siendo fuertes. Lo que lleva a los clérigos a ser muy prudentes en su accionar y sus dichos para no sufrir algún tipo de represalia. Además, no aparece en el horizonte la posibilidad de que la Iglesia vuelva a contar con colegios. A su vez, pastores evangélicos no estuvieron exentos de sufrir detenciones y prohibiciones de salir del país. Aunque por la mayor tolerancia que muestra el régimen se le permite, por caso, a los Testigos de Jehová no hacer el servicio militar.
En las protestas del 11 de julio pasado un sacerdote y un seminarista fueron detenidos por unos días al igual que dos pastores evangélicos. Pero el padre Carlos Peteira no cree que haya un endurecimiento en las relaciones con la Iglesia porque “ya que se probó durante años que eso no sirvió para nada”.