Martes 10.12.2024

Las vocaciones en la Iglesia en la Argentina

Preocupa la fuerte disminución de quienes quieren ser curas

Los seminaristas pasaron de ser 1.247 en 2004 a 481 en la actualidad. Pero la carencia no afecta tanto porque bajó la práctica religiosa. En las villas, a los sacerdotes se los identifica con la ayuda social y a los pastores con lo religioso.
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La Iglesia Católica cada vez tiene menos sacerdotes y seminaristas.  Las estadísticas lo revelan: de los 1247 aspirantes a sacerdotes que había en la Argentina en 2004, 20 años después hay 481, según una consulta hecha en la Iglesia por el periodista Federico Trofelli del diario Tiempo Argentino.

El sondeo arrojó, además, que las órdenes más conservadoras mantienen una buena cantidad de seminaristas, mientras que recogió la observación de que en las villas a los sacerdotes se los identifica más con la ayuda social y a los pastores evangélicos con la práctica religiosa. 

“Respecto al problema de las vocaciones sacerdotales, no sé si faltan vocaciones, más bien hay correspondencia proporcional con la densidad de vida cristiana en nuestras comunidades, en nuestras parroquias, en nuestras diócesis”, analiza el presbítero Mauricio Larrosa, presidente de la Organización de Seminarios de la Argentina (OSAR).

En diálogo con Tiempo, describe que la transmisión de la fe cambió con el correr de los años: antes las madres eran las protagonistas, luego las abuelas y ahora “hay una verdadera ruptura generacional en donde las causas son múltiples, pero lo cierto es que nuestra generación, la adulta, no es capaz de transmitir un legado a las nuevas”.

Ante este escenario, el Seminario Mayor San José de la diócesis de Morón, con sede en el partido de Hurlingham, donde Larrosa es rector, absorbió a los seminaristas de las diócesis de Gregorio de Laferrere, Merlo-Moreno y San Miguel. Lo mismo se replica en muchos puntos del país.

“Acá teníamos nuestro Instituto de Filosofía y Teología, que por falta de alumnos tuvimos que cerrar, y ahora se usa como una Casa de Retiro, a la que viene gente de las parroquias o colegios a pasar el día, por lo que dejan algún estipendio, algo de dinero, para poder mantener el lugar”, argumenta Larrosa. Y precisa: “Como en cualquier casa de familia. Si no usás algo, se va echando a perder. Así que tenés que usar la creatividad”.

Quienes estudiaban en el mencionado Instituto, ahora se trasladan a diario al Seminario Metropolitano Inmaculada Concepción, que se impone en un predio de cuatro manzanas en Villa Devoto, una mole de fines de 1800, cuyas instalaciones quedaron enormes. Allí estudió el Papa Francisco dos años, antes de terminar su formación junto a los jesuitas en Chile.

La educación de los futuros sacerdotes no se acota en los seminarios de las diócesis. La vida religiosa también atañe a las monjas, los noviciados o aquellos que siguen el camino de las órdenes que pueden culminar en ser sacerdotes o bien llegar a ser hermanos laicos que profesan los mismos votos de pobreza, castidad y obediencia, sin necesidad de convertirse en sacerdotes.

La cantidad de estos aspirantes es más compleja de enumerar y la centraliza el Vaticano, ya que muchas de estas órdenes “tuvieron su proceso de crisis, como el nuestro actual -puntualiza Larrosa-, hace 20 años”. Así, debieron reconfigurar sus sedes reagrupándose internacionalmente en distintos lugares del planeta.

De manera didáctica, Fortunato Mallimacci, Doctor en Sociología y docente de la UBA, explica que la Iglesia Católica perdura en el largo plazo “porque tiene una estructura jerarquizada de parroquias y al mismo tiempo ha dejado, desde el Siglo III y IV en adelante, que haya otras experiencias por afuera, más intensas, como los monjes primero y las órdenes religiosas después”.

El especialista en catolicismo y otras religiones añade que “este mundo de las órdenes tiene su propia lógica. Y suman siempre sus votos de castidad y pobreza, al de obediencia al Papa, que se mantiene al interior de esa institución, como una manera de pertenecer”. Esta postura se adopta luego de que la Iglesia Ortodoxa se escindiera y surgieran otras vertientes como los valdenses -declarados herejes- o el luteranismo.

Más acá en el tiempo, tanto en Argentina como en Latinoamérica, en la década del ’60 y ’70 avanzó un grupo de obispos y sacerdotes con un fuerte compromiso social.

“Ellos piensan en la institución, pero más les importa la religiosidad católica –advierte Mallimacci–. Si lo llevamos a la educación, la institución se pregunta ¿para qué estamos? ¿para educar a los ricos? ¿Jesús está ahí o en las mayorías populares?”. Así se extendió una red de curas villeros. En CABA actualmente son 24 sobre unos 700 que existen en total.

Como contrapunto, por estos días consiguen enrolar bastantes miembros ciertas órdenes religiosas de improntas conservadoras. “Los que se encantan con estas ideas son aquellos que llaman a pelear contra el LGTB, la diversidad, contra los supuestos males del mundo moderno”, dice.

“Hoy hay vocaciones –señala- que crecen en grupos, órdenes religiosas cada vez más conservadoras y tenés ahí cada vez más proporción de sacerdotes que creen que su identidad católica es aquella que va a salvar al mundo de la maldad, de la modernidad, del socialismo, del comunismo, de los que destruyen las familias”.

En paralelo, las iglesias evangelistas aprovechan para expandirse en las barriadas. Al respecto, Larrosa grafica: “hace 20 años yo iba a un barrio humilde y todos sabían que era cura. Me decían padre. Hoy voy y muchos me dicen pastor”.

Y acora: “los católicos hemos, de alguna manera, como canonizado a los pobres. Sin querer. Porque los pobres vienen a nuestra comunidad a buscar ropa, alimento y asistencia integral. Pero la fe, aprender de religión, poner de su aporte personal, eso lo encuentran en el culto evangélico. Si vos tenés una religión, te piden que la practiques. Nosotros hemos tenido una mirada muy amorosa, pero más bien asistencial”.

La última Encuesta Nacional de Seminaristas de la Organización de Seminarios de la Argentina (OSAR) llevada adelante en abril de este año arrojó importantes datos sobre quiénes serán los próximos curas y por qué decidieron entregar su vida a la religión.

Se estableció que en promedio cada uno de los aspirantes a sacerdote tardó unos cuatro años en convencerse de su vocación. Si bien la edad media de los seminaristas es de 27 años, la mayoría ingresó a los 23.

También hay diferencias por regiones. El 37% proviene de la provincia de Buenos Aires, seguido por el 17% del Litoral, el 13,9 del NOA, el 12,9 de Cuyo, el 8,5% del NOA, el 7,5% del Centro, y el 3,1% restante de la Patagonia.

Además, el 28,5% no trabajó previamente. El 19,5% contaba con estudios superiores completos, como profesorados y las licenciaturas en humanidades y Ciencias Sociales, seguido de los ingenieros.

Si bien el 52,4% de los seminaristas se identificó de clase media, “si tomamos en conjunto clase baja-media baja y clase alta-media alta, podemos ver una composición donde hay más seminaristas que provienen de sectores bajos (32,8%) que altos (14%)”, se puntualiza.

La mayoría de los estudiantes considera que influyó en su decisión final el ejemplo de vida y alegría de los sacerdotes de su entorno.

Ante la pregunta a los seminaristas acerca de cómo cree que la Iglesia debe enfrentar los temas sociales (si es que corresponde que haga algo),  la propuesta de esperanza y de acción concreta frente a los desafíos sociales fue lo más mencionado, y luego promover la solidaridad basada en los valores del Evangelio.

Fuente: Tiempo Argentino