Por: P. Guillermo Marcó
La fe es mi fuerza”. Esto decía Ingrid Betancourt, ya libre, luego de siete años de cautiverio en la selva. “Vamos a ver si me sale la voz, porque estoy muy, muy emocionada. Acompáñenme, primero, a darle gracias a Dios, a la Virgen. Mucho le recé. Mucho me imaginé este momento con mi mamita (se dirige a ella: ‘no llores más, no más llanto’). Gracias a Dios, primero; segundo, a todos ustedes que me acompañaron en sus oraciones, que pensaron en mí, que me tuvieron en su corazón, así fuera por un momentito; que, de pronto, sintieron compasión por nosotros los secuestrados...”
“Esta mañana, cuando me levanté, recé el Rosario, a las 4 de la mañana; me encomendé a Dios... Estuvimos esperando todo el día, no sabíamos qué... Oímos
los helicópteros. Yo miré para arriba al cielo y pensé: ¡Qué curioso es sentir felicidad oyendo un helicóptero cuando, durante 7 años, cada vez que lo oigo me da
miedo!... Nos dijeron que teníamos que subir esposados. Eso fue muy humillante. Rogaba a Dios que me diera fuerzas para aceptar las humillaciones que se iban a venir. Cerraron las puertas, y de pronto vi al comandante que durante cuatro años estuvo al mando de nosotros, que tantas veces fue tan cruel y tan déspota; lo vi en el suelo, tendido, con los ojos vendados. No crean que sentí felicidad, sentí mucha lástima. Pero le di gracias a Dios de estar ahora con personas que respetan la vida de los demás, aun cuando son enemigos. El jefe de la operación dijo: ‘Somos del Ejército nacional. Están en libertad’. El helicóptero casi se cae,
porque saltamos, gritamos, lloramos , nos abrazamos . No lo podíamos creer. Dios nos hizo este milagro. Esto es un milagro. Esto es un milagro que quiero
compartir con ustedes, porque sé que todos ustedes sufrieron con mi familia, con mis hijos, sufrieron conmigo...”
“Simplemente, uno tiene dos opciones: odiar, o entregarse a Dios y buscar en una espiritualidad mayor la paz del corazón. No los odio... Que Dios bendiga a mis captores. Espero que esta experiencia les permita cambiar su corazón”.
Me emocioné escuchando estas palabras que brotaban serenas y seguras de una mujer admirable. Impresiona como, cuando todo desaparece, queda la fe en Dios, ese Dios que acompaña al hombre desde su interior. Si uno se lo permite, él cambia el odio en amor, la venganza en indulgencia. Cuántos por mucho menos
proeren palabras de odio, de rencor que envenena. Qué bien nos hace en este momento de la Argentina, cuando se acentúan las divisiones y los enfrentamientos,volver a escuchar estas palabras de la boca de alguien que tiene motivos más que sucientes para odiar. El odio carcome el corazón y nubla las ideas; es como las aguas estancadas de un charco, que poco a poco se pudren e infectan.
Personalmente, estoy un poco cansado de tanto grito, tanto agravio de uno y otro lado, creo que nos merecemos un perdón entre todos, para poder construir el futuro. Eso: “el futuro”, necesitamos una dirigencia que imagine, sueñe y piense dónde queremos estar; que deje de juntar a los mismos para repetir los discursos de siempre; que nos convoque porque tiene alguna idea que aportar, un plan que discutir, un proyecto para soñar. Como lo hicieron los próceres de nuestra Patria o la Generación del ‘80. Lo necesitamos nosotros, pero también se lo debemos a las generaciones futuras.