La mujer es un monumento de afecto respecto a su dotación interna, y su afecto proviene de su creación y naturaleza. Esta decente naturaleza,
siempre piensa en el cariño, habla con afecto, se comporta tiernamente, observa a los que están a su alrededor con cariño durante toda la vida y concede a todo el mundo dicha ternura. Ella siempre aguanta sus penas. Tiembla como un tul sobre todo el mundo, sus padres, hermanos, amigos y todos los parientes; y cuando llega la hora (en su casamiento) sobre su cónyuge y sus hijos.
Una mujer que encuentra a su compañero espiritual y que sacia su sed con sus hijos no se diferencia de las huríes doncellas del Paraíso; y el hogar establecido alrededor de esa persona no es diferente que el jardín en el Paraíso. Y tampoco es sorprendente que los niños, que crecen saboreando el cariño a la sombra de este Paraíso sean parecidos a los ángeles.
Para nosotros, la mujer, sobre todo en su dimensión maternal, es tan inmensurable como el cielo y es una profusión de sentidos y afectos que rebosan en su corazón como las numerosas estrellas de los cielos. Ella siempre se encuentra cómoda con su destino agridulce, permanece en paz con su felicidad y su dolor, se entremezclan en ella la alegría y las inquietudes, y protege su alma frente al rencor y el odio. Ella, en persecución de la búsqueda del renacimiento y el desarrollo en todas sus acciones, es la fuente más pura del Califato Divino, así como el corazón y la esencia de la ternura humana. Sobre todo, la mujer afortunada, que ha abierto la puerta de su corazón entornado hacia la eternidad en virtud de su creencia y su fe en la vida después de la muerte, ocupa una posición tan prodigiosa en un punto maravilloso —una posición que puede ser llamada la unión del mundo de lo material y los sentimientos o cuerpo y alma—, que cualquier otro título o posición se asemejarían a una débil llama de vela ante su verdadero mérito que luce como un Sol refulgente, ya que su lugar, posición y atributos están tan acentuados que puedan ocultos bajo la sombra de su valor real.
Antes de su creación, el Profeta Adán estaba solo, la naturaleza no tenía vida, la especie humana estaba destinada al colapso, el hogar no era diferente al hueco de un árbol como si fuera la guarida del animal, y el ser humano era el presode la tapa de cristal de su propia vida. Con ella, se formó un segundo polo y los dos polos se juntaron. La existencia se animó con una voz y visión nuevas y diferentes; la creación entró en la fase de la finalización y el solitario humano fue transformado en una especie, pasando a ser el factor más importante del Universo. Ella llegó y le hizo ganar a su cónyuge valores más allá que todos los demás.
Aunque la mujer, tanto fisiológica como psicológicamente, sea de una naturaleza y características diferentes, eso no denota ninguna superioridad al hombre sobre la mujer o viceversa. Imaginad a la mujer y el hombre como el nitrógeno y el oxígeno en el aire; ambos son sumamente importantes en términos moleculares, con respecto a combinaciones y posiciones especiales, además de necesitarse el uno al otro en un mismo grado. Hacer una comparación entre los hombres y las mujeres es tan absurdo como comparar las sustancias que forman el aire, como por ejemplo decir que el nitrógeno es más valioso o que el oxígeno es más beneficioso. De hecho, el hombre y la mujer son idénticos en cuanto a su creación y su misión en el mundo, y se necesitan mutuamente como la flor y la abeja”.
Nota de la Redacción: el texto de esta reflexión pertenece a la Editorial la Fuente