La presencia de Dios en el profundo dolor

Por: Daniel Goldman

Una tragedia familiar. “Cuando las cosas malas le pasan a la gente buena”, el libro del rabino Kushner y su esposa.
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En más de una oportunidad, y ya promediando mi trayecto como rabino, tuve que enfrentarme a las tragedias. La más ardua es la muerte de un niño. Y debo confesarles que aunque haya aumentado y sofisticado mi elaboración teológica, la movilización ante la desventura y la dificultad que me produce el desconcierto, en más de una oportunidad enmudecieron mi boca, nublaron mi mente, y ensombrecieron mi espíritu.

Solo con la simpleza y con el sencillo encanto que otorga la sensibilidad, fue Harold Kushner uno de los autores que me permitió procesar algunos atisbos de respuesta frente a ese desasosiego. Siendo padres jóvenes, el rabino Kushner y su esposa Suzette escucharon desconcertados cuando el pediatra les dijo que su hijo Aaron, quien entonces tenía solo 3 años, padecía una rara enfermedad. “No podía entender lo que decía el médico”, recuerda Kushner. “Después de todo, no merecíamos ser castigados”. Como pastor y consejero de una congregación, Kushner había brindado consuelo a cientos de familias. Sin embargo, en su propio dolor, admitió que su fe inquebrantable flaqueó. La elaboración de sus sentimientos por el fallecimiento de Aaron los plasmó en un libro reflexivo y conmovedor llamado “Cuando las cosas malas le pasan a la gente buena”. Su respuesta al problema filosófico es que Dios hace lo mejor que puede y está presente con las personas en su sufrimiento, pero no es completamente capaz de evitarlo. Rechaza la idea de que Dios y la naturaleza son una misma cosa. “La naturaleza es moralmente ciega” mientras que “Dios defiende la justicia, la equidad, la compasión”. Kushner señala que “las leyes de la naturaleza no hacen excepciones para las personas agradables. Es por eso que los buenos también se enferman y se lastiman tanto como cualquiera”. “El mundo de Dios es defectuoso y menos que perfecto, al igual que las personas que amo”. “No creo que un terremoto sea un acto de Dios. El acto de Dios es el coraje de la gente para reconstruir sus vidas después del terremoto, y la prisa de otros para ayudarlos del modo que puedan”. Kushner adopta el concepto de que para preservar el libre albedrío del hombre, Dios creó el mundo con un orden natural de reglas que deben ser obedecidas, incluso por Él. Esta revelación le dio una respuesta a algunas de sus preguntas espirituales más difíciles. “La contestación que obtuve fue que mi esposa y yo encontramos dentro de nosotros la capacidad de aceptar y amar un mundo en el que las cosas malas le suceden a las personas buenas. Dejar que la bondad, el amor, la amabilidad y el buen temperamento dominen nuestra percepción de lo que vemos cuando miramos el universo, y no permitir que la desgracia lo defina”.

Un detalle que el rabino Kushner señala es el profundo cariño de los amigos. Aunque parezcan nimiedades, recuerda a alguien que le consiguió a Aaron una pelota autografiada por su equipo preferido, o los chicos que jugaban con él y no reparaban en su apariencia. “La gente así es ‘el lenguaje de Dios’. Y ese idioma, su forma de decirle a nuestra familia que no estábamos solos”. Si bien, las creencias de Kushner que cuestionan ciertos mitos, han sido altamente criticadas por algunos estudiosos de la religión, su obra insufla esperanzas y amor en el corazón debilitado por el infortunio y la adversidad. Recomiendo su lectura como un modo intenso de reencontrarnos con la vida.

Escribo estas líneas en la memoria de los pequeños Mati y Julia, a quienes sus familias recuerdan con toda devoción.