JUDIOS

La redefinición del deporte

La tradición judía no se llevó muy bien con las prácticas deportivas. Pero hoy reconoce su gran aporte formativo.
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-- Por Tzvi bar Itzjak --

Homo Ludens (el hombre que juega) es un libro del pensador Johan Huizinga sobre el hombre que compite, se divierte y que ve a otros competir y divertirse. Según el filósofo, la cultura surgió en forma de fiesta y juego. O para ser más preciso: “en las formas y con el ánimo de un juego”. Huizinga sostiene que en toda relación, en cada actividad y en los modos de establecer vínculos, hay un juego. Inclusive en el ritual del servicio religioso: jugamos con el lenguaje, con la música, con gestos ceremoniosos. Lejos de ser irrespetuoso, descubrir el aspecto lúdico libera tensiones. ¡Y cuánto más fácil sería entender la vida desde ese lugar, arrancan- do una sonrisa cuando nos ponemos locos y preguntarnos “qué se nos juega” al tomar tal o cual actitud!. El juego impulsa al ser humano a perseguir la fama, el honor, el buen nombre, la gloria, la virtud y el reconocimiento.

La mayor expresión cristalizada del juego es el deporte y la tradición judía, en general, no se ha llevado muy bien con él. Algunos exégetas lo han visto como una vocación pagana. Cuenta el Talmud que cuando los judíos querían ser confundidos con los griegos y ser aceptados por la clase dominante comenzaron a realizar ejercicios atléticos. Alan Akerman, un académico que investiga el período talmúdico, sostiene que la indulgencia en el atletismo fue vista en el pensamiento y en la historia judía antigua como el equivalente a una negación de la propia identidad, ya que estaba relacionada con los gladiadores romanos. Pero por suerte el tiempo ha pasado, el deporte se redescubre y forma parte de la vida de las instituciones judías.

Traigo esta reflexión porque en estos días se desarrolla en Israel la XX edición de los Juegos Macabeos o “Macabiadas”. Diez mil atletas provenientes de las diversas comunidades judías del mundo compiten en todas las disciplinas del deporte. Tuve el inmenso orgullo de participar de su apertura. Con esplendor, el Estadio de Jerusalén reunió a jugadores y delegaciones que con colorido y alegría engalanaron la escena. Nuestro país, Argentina, representado por 300 deportistas, ocupa un lugar destacado. Mientras escribo estas líneas, veo por televisión una competencia de salto en alto. Y me conmueve pensar cómo el hombre es capaz de elevarse, física y espiritualmente, porque emociona descubrir que posiblemente el deporte y el arte sean uno de los pocos espacios en los cuales la humanidad se encuentre como si fuese una familia que adquiere conciencia de sí misma. Y en ese encuentro, vislumbre un destino común, ya que en el juego hay un profundo sentido de expresión que invita a divertirse juntos. Dice el Midrash que cuando el hombre ríe, Dios ríe. Es en esa mancomunión que se amalgaman la existencia humana y la Gloria Divina.