EL TESTIMONIO DEL OBISPO CASTRENSE, SANTIAGO OLIVERA

“La restitución de la imagen, entre abrazos y lágrimas”

Comparte

“Me dio mucha alegría cuando monseñor Oscar Ojea, en su carácter de presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, me pidió que me ocupara de ver la posibilidad de que la imagen de Nuestra Señora de Luján que estuvo en las Islas Malvinas en tiempos de la guerra con los ingleses y que luego fuera llevada a Gran Bretaña, retornara al país, como les solicitaron los laicos de la ‘Fe del Centurión’ (un grupo de espiritualidad católica para ex combatientes y familiares de caídos en las islas). Sabía que sería un momento de gracia para nuestra Patria y para la historia”.

Así comienza su narración a Valores Religiosos el obispo castrense, monseñor Santiago Olivera, que se convertiría en una pieza clave para la devolución de la imagen de la patrona nacional.

Monseñor Olivera explica que “ante este cometido conversé con mi par castrense de Inglaterra, monseñor Paul Mason, y encontré en él una gran disponibilidad, prontitud y generosidad. Lo que constituye, a mi juicio, signo y anuncio de nuevos tiempos”.

Subraya que “para los soldados argentinos volver a ver aquella imagen de Nuestra Madre tiene una gran significación, ya que ella ha sido testigo del dolor de muchos y ha sido consuelo y esperanza en los duros momentos de la guerra”.

Señala que “durante 37 años aquella frágil imagen estuvo en el Reino Unido. Hoy ya está ‘en casa’, su casa, y camina por nuestra patria renovándonos en la fe y avivando la certeza de la fraternidad”.

Con particular sentimiento recuerda la devolución el 30 de octubre pasado en la Plaza de San Pedro. “El encuentro con las dos comitivas, los dos obispos y las dos imágenes, la que volvía y la que nosotros entregaríamos para la catedral castrense británica ha sido de profunda emoción”, evoca. Y añade: “Éramos pocos, pero teníamos la certeza de estar en nombre de muchos ex combatientes –‘veteranos de guerra’- llevando también en los corazones los rostros de los caídos y sus familias”

Y concluye: “Ante el Papa hemos podido contemplar la catolicidad, María es nuestra Madre común, y hemos podido experimentar hondas emociones, abrazos y lágrimas. La fe nos renovaba la certeza de que la guerra no es el camino. El único camino, el mejor sin duda, es el del diálogo, el respeto y el de la justicia para la paz”.