Por: Daniel Goldman
Hay una frase atribuida al famoso rabino Najman de Braslav que dice: “Tenemos prohibido sentirnos viejos”. Esta expresión atesora una cosmovisión maravillosa, la cual me lleva a releer la Torá, cuando el libro de Deuteronomio da a entender que Moisés comienza su liderazgo ni más ni menos que a los 80 años. Es decir que, siendo octogenario, se modifica su vida. Algo similar ocurre con el patriarca Abraham, quien recibe la orden divina de emprender el viaje transformador a la tierra de Canaán a la edad de 75. Poder iniciar una travesía espiritual a una edad avanzada indica que el arte de acumular múltiples experiencias en la existencia otorga vitalidad e intensifica la sabiduría. Las historias de ambos protagonistas nos ilustran que, al ser personas mayores, Dios les habla de una manera diferente, en la que esa “diferencia” no los hace ni viejos, ni decadentes. Mi abuela Sara, de bendita memoria, confirmaba el dicho del rabino de Braslav de manera directa cuando, al dirigirse a sus nietos, nos señalaba: “Viejos son los trapos”.
La tradición judía afirma que, a medida que vamos creciendo y madurando, el tiempo nos presenta transformaciones espirituales que trascienden lo físico y lo corporal, y nos va concediendo mayor vigor y modos más profundos de poder entender los caminos que debemos seguir transitando y recorriendo. Ello nos conduce a reconocer que todavía hay mucho trabajo por hacer, y que esa labor nos beneficia a nosotros y a los que perpetuarán la tarea.
El libro de Números contiene un buen ejemplo del lugar que deben ocupar los mayores: siendo errantes en el desierto, los israelitas se quejan por las condiciones y por el temor al futuro; entonces, el Eterno le instruye a Moisés que reúna a 70 ancianos para que lo auxilien con esa misión. Una parábola rabínica cita este versículo como base para la comprensión de las obligaciones y el respeto hacia los grandes, y a su vez, las responsabilidades que deben asumir esos mismos mayores para con el resto de la congregación. E, interesantemente, ese debido honor promueve un modelo de participación democrática, porque el hecho de que Moisés comparta el poder con los ancianos de su época proporciona un modo de proteger a la sociedad de la autoridad dictatorial a ser ejercida por un solo individuo.
Los hábitos del pueblo hebreo adjudican a la tercera edad una suerte de virtud y bendición. A lo largo de la Torá percibimos que la palabra “mayor” es sinónimo de “sabio”. Por lo tanto, ordena respetar la sabiduría que otorga el crecimiento y que un joven prodigio, por más iluminado que sea, no puede igualar.
Erróneamente, la sociedad moderna dictamina que los últimos años de uno estén marcados por el declive y la inactividad. Es un deber redescubrir que la vasta experiencia acumulada en logros, conocimiento, talento y contribución al entorno poseen un valor inconmensurable. Sabiendo que, aunque tengamos dificultades acústicas propias de la edad, podemos ser capaces de oír el sagrado llamado de aquel mandamiento que nos revela que se debe continuar adelante de manera esperanzadora, tal como lo hicieron de grandes –en ambos sentidos– nuestros maestros Abraham y Moisés.