Cuando Fernanda y Aníbal tuvieron a sus hijos María Agustina y Juan Cruz todo parecía perfecto pero “el domingo de Ramos de 2004 –relata Fernanda– a nuestra hija se le declaró su primera taquicardia paroxística supra-ventricular (un problema en la conducción eléctrica del corazón), diagnós t ico que nos dejó atónitos. Parecía una película en la que esperábamos ver el nal feliz o algo parecido. Los porqué empezaron a aparecer cada vez con más ímpetu y de manera incontenible”, dice. Un año más tarde tendrían otra sorpresa. A su hijo le diagnosticaban “espectro autista”. “Mi corazón se desgarró por completo”, cuenta Fernanda. “¡No es fácil,
no es nada fácil! Incluso muchas veces le dije a Dios que me había defraudado por haber permitido esta cruz para mis hijos: ¿Por qué Señor?, ¿por qué a mis pequeños angelitos que todas las noches rezan y piden la bendición con agua bendita?”.
“Ahora veo que la vida color de rosa también tiene espinas y hay que aprender a vivir con ellas –a- rma–. Me caigo, me levanto y veo el obrar de Dios en la oración
de los hermanos que me sostienen”. “Se me amplió la mirada”, dice. “Dios me muestra que la gente que veo a diario es mi hermana y que tiene algo especial.
Cuando la miro me surge un sentimiento de cercanía y humildad. Ahora veo cosas que antes no veía y valoro lo que antes desconocía”.