A 35 AÑOS DE SU ASESINATO PROCLAMAN BEATO AL EX ARZOBISPO SALVADOREÑO

Llega a los altares Romero y su legado

Por: Ricardo Ríos

Lo beatificarán el 23 de este mes. Comprometido con los pobres y crítico de la represión, fue baleado mientras oficiaba misa. Para la Iglesia, ello fue un martirio. Se prevé una multitud para la ceremonia en la capital salvadoreña.
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No debe tomarse al sacer- dote que se pronuncia por la justicia social como un
político o un elemento subversivo: sólo está cumpliendo su misión en la política de bien común”. Así describía el sentido de su cometido pastoral un hombre venerable que en vida se llamó Oscar Arnulfo Romero.

El mundo lo conoce como el arzobispo mártir de El Salvador, a quien sus enemigos únicamente pudieron silenciar mediante la bala certera de un sicario con buena puntería. Treinta y cinco años después de aquel desenlace trágico, el mensaje de Romero, enfocado por entero en la defensa de los más vulnerables, será llevado a los alta- res de la Iglesia católica, a partir de su próxima beatificación, el sábado 23 de este mes, en la misma tierra que lo vio nacer y morir.

Se aguardan multitudes para la ceremonia de reconocimiento en la plaza Salvador del Mundo, en el oeste de la capital salvadoreña. Esperan por allí a jerarquías eclesiásticas de todas partes. Pero básicamente lo recordará un pueblo en su mayoría mestizo -como él-, percatado en toda su dimensión del drama de la pobreza y la desigualdad, en el contexto de una historia sufriente, que incluye una guerra civil devastadora de doce años (1980-1992) e interminables períodos de autoritarismo militar.
Desde muy temprano Romero, nacido en 1917, supo el rumbo que quería para su existencia. A los 13 años ya estudiaba en una institución dirigida por sacerdotes claretianos. Fue la antesala de su ingreso al seminario y posterior viaje a Roma, hasta su ordenación como sacerdote a los 24 años. Entonces, lo apasionaba la teología al joven alumno de quien sería, con el tiempo, el Papa Juan XXIII.

El regreso a la patria natal lo de- volvió a una realidad mucho más áspera que la que había conocido. De allí en adelante, Romero, como cura párroco primero y obispo después, se comprometió de pleno en la defensa de los derechos de los desprotegidos, haciendo suyas las causas de obreros y campesinos. Su prédica en favor de una sociedad más justa comenzó a incomodar a algunos poderosos. En cualquier caso, no fue hasta un puñado de años antes de su eliminación que se evidenció el error de haberlo caracterizado como un sacerdote de sesgo conservador, en aparente contraposición con aquellos que defendían la “opción preferencial por los pobres” (conocidos como clero medellinista).

Lo cierto es que, a partir de 1975, comenzaron a encadenarse distintos episodios que lo mostraron enfrentado, a cara descubierta, contra los militares que gobernaban El Salvador a punta de pistola. Y que se peleaban entre ellos, además, por la conquista del poder.

Sus denuncias y homilías de condena a la represión resultaban intolerables a sus enemigos. Aún resuenan sus palabras pronunciadas en la catedral de San Salvador el Domingo de Ramos de 1980: “En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión”. Al día siguiente, un proyectil le atravesaba el corazón cuando oficiaba misa en la capilla de un humilde hospital.

LA PRESIDIRA POLI

Misa en la catedral

La comisión ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina, en línea con la Conferencia Episcopal de El Salvador y la Iglesia en América Latina, invita a la misa en acción de gracias por la beatificación de monseñor Oscar Romero. Se oficiará el 23 de este mes a las 11 en la catedral metropolitana y será presidida por el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Poli.

“Acompañamos la vigilia de oración del pueblo salvadoreño, que siempre reconoció en monseñor Romero la figura de un pastor que comprometió su vida por el Evangelio”, se señaló en un comunicado.

Con todo, la figura de Romero fue resistida en los sectores más conservado- res de la propia Iglesia. De hecho, su proceso de beatificación -que supone tiempos menores al no requerir un milagro por tratarse de un martirio- fue lento.
Pero fue Francisco el que aprobó el decreto reconociendo el martirio de Romero “inodium fidei”, es decir, que fue asesinado por “odio a la fe”.