A algunos les preocupa el aumento de la prole. A otros, que venían buscándolo, los conmueve hondamente.
Padres, abuelos o tíos no dejan de mencionar el acontecimiento. El recién llegado es pura indefensión. Pequeño y necesitado de todo y de todos. Y sin embargo su solo llanto, su sonrisa insinuada, moviliza, capta la atención y despierta sentimientos. Su simple presencia nos reclama, nos convoca, despier ta nuestra solicitud. No ha mostrado ningún talento, no despliega ningún mérito particular y sin embargo conquista los corazones. Sin habilidades ni títulos, sin heroicidades ni logros llamativos, nos invita a la ternura, nos arranca del apego a nosotros mismos y nos envuelve de un gozo servicial.
De la misma manera quiere hacerse presente el Dios que se hace Niño en la cueva de Belén. Quiere llamarnos sin obligarnos, para enamorarnos sin seducirnos, para invitarnos a contemplarlo sin exhibir sus poderes. Como uno más, siendo la novedad absoluta. Misterio de amor de un Dios que se acerca para dejarse encontrar.