la expansion del catolicismo

Oriente: el gran desafío para Francisco

Por: Sergio Rubin

El reciente viaje del Papa a Corea -un país donde los seguidores de Jesús se están multiplicando mucho- fue un auspicioso inicio de una estrategia para potenciar la presencia de la Iglesia en Asia. En enero irá a Sri Lanka y Filipinas
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Como buen jesuita, Francisco puso un ojo en Oriente. Es que fueron hombres de las filas de San Ignacio de Loyola los que buscaron con empeño hacer pie en el enorme y desafiante continente asiático, como el célebre Mateo Ricci en China -llegó a integrar la corte del emperador- y Francisco Javier en Japón. Al fin de cuentas, un joven Jorge Bergoglio quiso ser misionero en la tierra del sol naciente  y por estar fresco su problema de salud -le habían extirpado una pequeña porción de su pulmón derecho- no obtuvo la autorización de sus superiores. Ahora, convertido en Papa quiere hacer honor a sus raíces y en cierta forma saldar una cuenta personal. Más que eso: su anhelo de una Iglesia más misionera lo lleva inevitablemente a fijar su atención en una región donde habitan 4.000 millones de almas -con la gigante China como el principal desafío-, de las cuáles apenas el 3 % son católicas, pero donde la cantidad de bautismos por año supera a la de la hoy descreída Europa.
Su reciente viaje a Corea fue su primer y auspicioso paso. En el vuelo de regreso a Roma tras su visita a Brasil, Francisco había dicho que debía prioritariamente ir al Oriente, una parte del mundo que su antecesor, Benedicto XVI no llegó a visitar. El caso de Corea es por más de una razón relevante para la Iglesia Católica. Allí la multiplicación de los católicos fue vigorosa en las últimas décadas: pasaron de ser el 1 % en 1960 a llegar al 11 % en 2010, unos cinco millones y medio sobre una población de poco más de 50 millones (los cristianos totalizan el 30 %). Y con abundantes vocaciones religiosas -aunque ahora hay una merma-, al punto de “exportar” sacerdotes y religiosas. Además  del plus, como hizo notar a estecronista el obispo auxiliar de San Martín, de origen coreano, Han Lim Moon, de que la comunidad católica coreana, como el pueblo coreano, “es muy activa y puede llegar a tener un liderazgo positivo en el campo de la llamada nueva evangelización”.
El grado de compromiso de los católicos coreanos quedó de manifiesto en la masiva asistencia a la misa de beatificación de 124 mártires víctimas de la persecución en la península coreana en el siglo XIX, que el Papa presidió en pleno centro de Seúl, uno de los motivos de su viaje. Unas 800 mil personas se ubicaron prolijamente en torno a la históricamente emblemática puerta de Gwanghwamun. Y siguieron con gran recogimiento la celebración. El otro motivo de la visita papal, la Jornada Asiática de la Juventud, fue demostrativo del interés de la Iglesia por apuntar al enorme y más dinámico sector de Asia: los jóvenes. De los 3.000 millones de personas menores de 25 años que hay en el mundo, el 60 % está en el continente asiático (casi la mitad de su población). Además, son activos protagonistas de las nuevas tecnologías, la economía y la cultura. Con todo, en Corea, la urgencia es revertir una desaceleración de la conversión de jóvenes al catolicismo.
El “efecto Francisco” volvió a ser clave aquí. El hecho de que las tres grandes cadenas de TV coreana viajaran en los días previos a la Argentina para grabar programas especiales sobre el pontífice fue anticipatorio del interés que su figura también despierta en Corea. El hecho de que al llegar optara para desplazarse -como en Brasilpor un auto modesto en la tierra de marcas como Hyundai y Kia suscitó una gran complacencia. La
cercanía con los familiares de las víctimas del naufragio en abril de un ferry que se cobró la vida de más de 250 jóvenes coreanos fue otro gesto muy valorado. De hecho, los saludó varias veces y hasta lució en su pecho durante todo el viaje una cinta que simboliza la solidaridad y el reclamo de justicia. Además, antes de entrar al estadio mundialista de Daejeon, donde fue recibido por una multitud enfervorizada, uno de los padres de una víctima le pidió que lo bautizara -había elegido por nombre Francisco en su honor-, a lo que el Papa accedió.
Hubo momentos vibrantes del viaje. Sobre todo, el “mano a mano” que Francisco tuvo con los jóvenes en su Jornada Asiática. Y otros emotivos, como cuando recibió a un grupo de las llamadas “mujeres de confort”, que fueron obligadas a prostituirse durante la segunda guerra mundial para satisfacer a los soldados japoneses. Y exhortaciones suyas que calaron hondo como sus repetidos llamados a la reconciliación de las dos Coreas, la del sur, democrática y capitalista, y la de norte, víctima de una férrea dictadura comunista. Pero también el pontífice les hizo toques de atención a los prósperos sureños que, en su frenético desarrollo, corren el riesgo de quedar atrapados en una competencia feroz. Y que lleva a no pocos jóvenes -en comparación con otros países- al suicidio. De paso, le advirtió a la Iglesia la inconveniencia de trasladar las fórmulas eficientistas de la economía a la labor evangelizadora.
Hacia el final de su visita, el Papa envió una señal a los países de la región que ponen trabas a la labor de la Iglesia Católica, en particular China, que confirmaron su gran interés por abrir horizontes para el catolicismo en la región. “Tengo la total confianza de que los países de este continente con los que la Santa Sede no tiene aún una relación plena avancen sin vacilaciones en un diálogo que a todos beneficiará”, disparó ante los obispos de Asia. Por si quedaban dudas, en la rueda de prensa que ofreció en el vuelo de regreso a Roma fue más explícito respecto de su anhelo de tender puentes con Beijing, sobre todo después de que -en el viaje de ida a Seúl- se convirtió en el primer Papa en volar el espacio aéreo chino (a Juan Pablo II no se lo autorizaron).
“Cuando volábamos sobre China pensaba en los grandes sabios chinos, en una historia de ciencia, de sabiduría … También los jesuitas tenemos allí parte de nuestra historia, con el padre Ricci…”, le dijo Francisco a la prensa. Y se preguntó: “¿Que si me gustaría ir a China? Por supuesto: ¡mañana!” Y dijo que la única condición que pone es que la Iglesia pueda desarrollar su labor en libertad, cosa que hoy tiene vedada. Y reiteró que la Santa Sede -que es “muy respetuosa de las tradiciones chinas”, subrayó- está abierta a un diálogo con las autoridades. Beijing luego manifestaría su disposición a una relación constructiva. No es poco, visto en perspectiva histórica. En enero llegará el turno de otra visita papal: a Sri Lanka y Filipinas. Asia, definitivamente, es la gran apuesta de Francisco.