Padres y escuela, codo a codo

Por: Consejo de Pastoral Educativa

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Los padres son los primeros y principales educadores. Por el hecho de haberles dado la vida, asumen la responsabilidad de brindar a sus hijos las condiciones favorables y se comprometen en la noble tarea de educarlos. De este modo la familia está llamada a ser la primera escuela de virtudes donde los niños aprenden todo lo necesario, sobre todo, donde experimentan la alegría de amar y ser amados. El padre y la madre cuidan de ellos y los acompañan hacia la plenitud de la vida. La escuela, por tanto, no solo se ve fortalecida por el respaldo de la familia sino que debe trabajar codo a codo con ella, en un vínculo profundo y absolutamente necesario. Como enseñaba Benedicto XVI: “La tarea educativa valora signos y tradiciones, y necesita lugares creíbles: ante todo la familia, con su papel peculiar e irrenunciable”. Los niños tienen el derecho de contar con ambas instituciones para desarrollarse sana e íntegramente. Esta es la alianza indispensable que la educación católica anhela fomentar: familia y escuela caminando juntos. Para educar es necesario que los padres y los educadores no renuncien a su tarea frente a sus hijos y/o estudiantes, de corregirlos, advertirlos y orientarlos; pero también, y de forma muy especial, de acompañarlos en la definición de su proyecto de vida y de la maduración de su fe. No se trata solo de querer mucho a los hijos y estudiantes, sino de quererlos bien y de querer el bien que favorece su crecimiento humano y cristiano. Esta alianza es capaz de generar un estilo especial
de convivencia donde educar implica el “estar con” para prevenir, guiar, estar juntos para colaborar, ayudar a crecer y también proteger de aquellos peligros que superan las fuerzas del niño y del joven. Hacia este horizonte debe dirigirse la educación católica. De hecho, educar es construir una gran familia, es sembrar y celebrar las oportunidades que nos permiten no perder la esperanza en un mundo mejor y con mayores posibilidades, confiando, por otra parte, que Dios, nuestro Padre y Maestro, no nos abandona en la tarea.