Por: María Montero
Una investigación realizada por alumnos de 4º año que participan en el programa Escuela de Vecinos del Ministerio de Educación porteño y la Vicaría de Educación del Arzobispado de Buenos Aires arrojó que una de las tres causas principales de deserción escolar son los conflictos familiares. Para un grupo de docentes y padres consultados porV R, esto vuelve a poner sobre el tapete la importancia de que la escuela y la familia encaren juntas las problemáticas de los chicos.
Claro que el primer desafío es que los padres se involucren en la educación de sus hijos. “Cuando la familia no acompaña la misión evangelizadora, educativa y formadora que brinda la escuela, el gran perjudicado es el joven que experimenta y sufre la desprotección y se ve obligado a “arreglarse como
puede” ante situaciones de conf licto que, por naturaleza, no le corresponde resolver”, opinaP ablo Delaney, rector del Instituto Mater Dolorosa.
Luego viene la toma de conciencia de una alianza escuela-familia. Claudia Del Águila, rectora del Instituto parroquial Nuestra Señora de la Unidad, advierte que “cuando no hay alianza entre la escuela y la familia, los pibes quedan mucho más expuestos y vulnerables a los factores externos que los agreden”. para ella, la mayor protección es el diálogo sostenido. “Por eso, desde las primeras reuniones de padres, se los invita a trabajar juntos”, afirma.
Para Silvana Pierani, mamá de dos adolescentes, quien participa activamente en las propuestas del colegio de sus hijas, “la escuela y la familia tienen que formar una red de contención para los chicos”Cree que “si funcionamos como una sociedad, cualquier problema que surja será de rápida solución, porque no vamos a permitir que llegue a ser grave”. Y considera clave el acompañamiento a los chicos durante todo el crecimiento, no sólo para darles seguridad, sino para formar una personalidad comprometida y responsable.
“En realidad, es la escuela quien colabora con las familias porque son ellas las que eligen qué tipo de educación quieren para sus hijos”, dice Guillermo Sastre, rector del Colegio Espiscopal de Buenos Aires. “Nosotros -agrega- reforzamos esos valores y colaboramos en loque ellas no les pueden dar, que es la parte instructiva”.
Por lo demás, ante la cantidad y variedad de mensajes que reciben los chicos hoy en día, parecería complejo arribar a un lenguaje que permita comunicar valores que los formen como personas. Ante este desafío, tanto educadores como padres coinciden en que lo que educa es la coherencia.
“Cuando mi marido y yo nos involucramos en los ámbitos de los chicos, estamos dándoles un mensaje más elocuente que la palabra”, afirma Rosa Arias, mamá de dos jóvenes adolescentes. “Participamos de acciones solidarias del colegio porque, mirando a los adultos, los chicos aprenden que existe la colaboración desinteresada y la solidaridad, sin que sea necesario decirlo”, considera.
Delaney explica que en la adolescencia “es primordial la presencia de un adulto responsable que transmita, más con su testimonio que con sus palabras, convicciones claras y principios sólidos”. En el mismo sentido, se pregunta Del Aguila, “¿cómo los chicos van a aprender el valor de la verdad si cuando alguien llama por teléfono a la casa, el papá le dice al hijo: ‘decible que no estoy’? Los jóvenes, como verdaderos protagonistas de la alianza entre familia y escuela, observan y recogen el testimonio de los mayores. Pero, según Delaney, para que se dé este acuerdo, “la escuela debe inspirar confianza y favorecer las instancias de “escucha” de manera franca y honesta, respetando y haciendo respetar las atribuciones propias, tanto como el rol indelegable de los padres como primeros educadores de sus hijos”.