Por: María Montero
“El mundo te pinta que creer está errado o es una antigüedad, por eso encontrarme con tantos jóvenes que sienten y buscan vivir la Pascua poniéndose al servicio del otro como enseñó Jesús, ¡es genial!”, dijo al finalizar la Pascua Joven, Martina Blanco, alumna del colegio Mario Fabián Alsina, del barrio de Lugano, quien por primera vez y junto a otros jóvenes de diversas comunidades participó de la propuesta que ofrece a sus escuelas la Vicaría de Educación del arzobispado de Buenos Aires.
Unidos bajo el lema: “Transformados en tu amor”, hicieron que los tres días destinados a la fiesta más importante de la fe cristiana fueran una verdadera misión de amor a los que más lo necesitan y, a la vez, salir ellos mismos transformados por esa vivencia.
“La idea es que además de las actividades propias en liturgia o celebraciones, tuvieran una experiencia personal de renovación de la fe a través de las misiones”, explica el seminarista y coordinador Alejandro Kulik.
Durante todo el mes de marzo trabajaron preparando las actividades para que como comunidad educativa, como parroquia y barrio se pudiera vivir una Pascua diferente.
Arrancaron el Jueves Santo muy tempranito, a las 7,30, para viajar hasta el Cottolengo Don Orione, donde hicieron juegos con los más chicos y diferentes servicios voluntarios en el lugar. “Es una de las actividades que más me gusta –reconoce Camila Bullan, una de las muchas jóvenes animadoras-, el compartir con las personas que viven ahí, escuchar sus historias y sentir su abrazo y sus risas. Es el lugar donde siempre me encuentro con Jesús”.
“Después llega el tiempo de poner en común experiencias, reflexionar y un momento fuerte de oración que llamamos ‘desierto’ –explica Alejandro-, que significa cortar con lo que estás haciendo y meterte en lo que Dios está haciendo en vos”.
El Viernes Santo fue el turno de visitar hospitales, geriátricos y casas de personas solas. En este servicio los chicos del colegio se unieron a jóvenes de la parroquia Nuestra Señora de la Paz y de la de Santo Cristo. La misión barrial finalizó con la celebración de la Pasión del Señor y el Vía Crucis. Y, como el día anterior, los respectivos “desiertos” de encuentro y oración comunitaria.
Durante el último día, a pedido de los vecinos de la Villa 20, los jóvenes pintaron un mural y armaron una ermita al Sagrado Corazón de Jesús.
“El Cottolengo, los hospitales y la villa son lugares y realidades a las que no estoy acostumbrada y me resulta ron muy fuertes –señala Martina-, pero sin dudas son las que más me llevaron a la reflexión personal”.
Y aunque Camila admite que terminó cansada, “la sensación que me quedó fue de dar todo el amor que tenía para con el otro y por eso, aunque ya pasaron varios días, me siento muy agradecida. Lo que más rescato –agrega- son esos momentos de desierto donde se conversaba desde cómo veníamos hasta lo que vivíamos en el servicio, porque me daba cuenta que cada uno tenía su propia herida pero cuando uno la comparte, todo se hace más liviano”.
“Para mí la Pascua Joven fue como un soplo de viento fresco para mi fe –afirma Martina-, que encendió un poquito más esa luz en mi interior que capaz no estaba en su mejor momento y me hizo abrir los ojos para poder ver todo lo lindo que tengo para agradecer día a día”.
Según Alejandro fue una verdadera Pascua comunitaria donde no sólo participaron alumnos y jóvenes de la parroquia, sino ex alumnos y padres que se ocupaban de la cocina y la limpieza. Y si bien los frutos se ven a largo plazo, pudo ver nuevas disposiciones y ganas para comprometerse con algo más grande. “Para mí, como seminarista, es un privilegio ver el paso de Dios por su historia, verlos crecer y ahora acompañar ese entusiasmo con criterio pastoral”