Por: P. Guillermo Marcó
Pentecostés en su origen es la segunda de las tres fiestas de peregrinaje del judaísmo. La festividad acaece el 6 de Siván del calendario hebreo, exactamente cincuenta días después del Pésaj. La festividad conmemora la entrega de la Torá por parte de Dios a Moisés, en el Monte Sinaí. La festividad también tiene un significado agrícola: corresponde a la época del año en la que -en Israel en particular y en el hemisferio norte en general- se recogen los primeros frutos. Es por esto que la festividad también es llamada la Fiesta de las Primicias.
Resulta importante saber su origen para entender la continuidad y también la novedad que Jesucristo le aporta a esta fiesta renovando su significado. La entrega de la ley a Moisés en el Monte Sinaí se da en medio de una “Teofanía”(theos - ”Dios”- y faino -”manifestación”, “aparición”). En la teofanía el poder de Dios está presente a través de signos o de su voz. Moisés en el Sinaí se tapa el rostro porque teme morir si ve a Dios.
El don del Espíritu se manifiesta con signos: viento y fuego. Los apóstoles se expresan en lenguas para manifestar las maravillas de Dios: “Cuando se produjo este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confundidos, porque cada uno les oía hablar en su propio idioma. Estaban atónitos y asombrados, y decían: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros cada uno en nuestra lengua materna?
“Partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia más allá de Cirene; forasteros romanos, tanto judíos como prosélitos; cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestros propios idiomas los grandes hechos de Dios (Hch 2, 6-11),” leemos en los Evangelios. Según la tradición biblica el hecho de que los seres humanos hablemos distintas lenguas para expresar los mismos conceptos tuvo su origen en la ciudad de Babel. Los supervivientes del diluvio universal, a fin de “hacerse célebres” y “evitar ser dispersados” sobre la superficie de la Tierra, iniciaron la construcción de una torre que “llegara hasta el Cielo”. Puesto que al trabajar todos los hombres juntos en un mismo fin haría que consiguiesen todo aquello que se propusiesen, Dios decidió confundir sus lenguas. Hay un tipo de unidad impuesta (de tipo imperial) en torno a la Torre del Poder; ella no vincula, ni une de verdad, ni crea… sino que esclaviza, confunde y destruye.
El Espíritu viene a construir un nuevo Pueblo, que es la Iglesia; no estará unido por el poder del imperio, sino por el del servicio y bajo una nueva ley, como había profetizado Jeremías: “He aquí, vienen días, declara el Señor, en que haré con la casa de Israel y con la casa de Judá un nuevo pacto. Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.
El bautismo y la confirmación son los pasaportes de este Pueblo que habita en toda la tierra y que intenta hablar una solo lengua en común que es la caridad, sabiendo que camina en las contradicciones y con la necesidad de convertirse a la vida del Espíritu. En Pentecostés celebramos la unidad de la Iglesia y rezamos para que cesen las divisiones entre los cristianos y así cumplir la voluntad de Jesús: “Padre que todos sean uno”.