ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA

Por la patria, es tiempo de sumar

Por: P. Guillermo Marcó

Los argentinos solemos criticar con dureza a nuestros compatriotas, incluso a los más célebres. El Papa Francisco es el ejemplo más actual. El bicentenario debe ser una ocasión para descubrir lo bueno del otro.
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Vivir en un régimen virreinal presuponía aceptar las leyes de la corona de España, sin poder modificarlas. Cuando nuestros patriotas decidieron ser independientes se jugaban la vida, y se las jugaban en serio, ya que ello suponía traición a la corona y su ejecución. Los incipientes argentinos le pusieron el cuerpo a ese anhelo porque los congresales firmaron en Tucumán la declaración que alumbró una nueva nación, pero los criollos y los milita- res de aquel tiempo pusieron su sangre para construirla.

Cuando vivíamos en la casa de nuestros padres teníamos independencia hasta cierto punto. De chico, me eligieron el colegio, me compraban la ropa, me la lavaban, decidían qué tenía que comer, pero también lo cocinaban, lo servían y lavaban mis platos. Si uno despotricaba por algo la respuesta era lacónicamente la misma: “cuando vivas solo y pagues tus cuentas harás lo que quieras”. Es una buena referencia para trasladarla al plano social. Ocurre que como ciudadanos somos independientes, pero queremos seguir teniendo los beneficios de un Estado mágico (mentiroso) que debe solucionarnos los problemas. Es verdad que hay problemas macro que debe atender el Estado, pero otros de- penden de nosotros.

Quisiera detenerme en este “nosotros”. Cuando Jesús comienza su predicación convoca a doce apóstoles. Luego, a 72 para hacer una gran misión. A Pedro le deja el mandato de ser cabeza de su “Iglesia”. La palabra significa: “convocados” para la salvación. De allí que no hay Iglesia sin el nosotros. Del mismo modo, no hay país sin nosotros. Puede ser que no todos pensemos igual;, eso puede asumirse como una riqueza, o convertirse en enfrentamiento fundamentalista, donde busco eliminar al que piensa distinto.

Me vienen a la mente ejemplos de la historia y casos recientes. San Martín murió en Francia alejado de la patria por la que peleó. Rosas, en Inglaterra. Nuestra gloria de las letras, Jorge Luis Borges –obligado a renunciar a la Biblioteca Municipal de la ciudad de Buenos Aires por el primer peronismo, que quiso nombrarlo inspector de aves de corral–, decidió morir en Suiza, lejos de un país que jamás leyó ni valoró su obra.
Recientemente, el futbolista más reconocido del mundo, Lionel Messi, renunció a la selección nacional, de la que era capitán, acaso harto de la presión para ganar que le impone este pueblo, que se cansó de criticarlo, mientras sigue veneran- do a Maradona, emblema de la vi- veza criolla que tanto daños nos hace y que sufre los efectos de una vida desordenada.

Otro caso llamativo es el del Papa Francisco. Mientras en el mundo sigue a la cabeza de los líderes más populares, en su propio país se lo defenestra cotidianamente. ¿De quién será la culpa? ¿De ellos o de nosotros? Cada uno de ellos seguramente tuvo o tiene defectos, pero somos expertos en mirar la paja en el ojo ajeno y no ver la viga que está en el propio. Necesitamos poder ver lo bueno que está en el otro y no solo sus defectos.

La patria es una construcción colectiva, donde deberemos volver a mirarnos y a descubrir cuáles son nuestros valores y qué podemos aportar. Sus fundadores no sabían bien lo que querían proponer; solo que querían construir un futuro en común a pesar de las diferencias. Al celebrar este bicentenario sería bueno mirar al pasado para no repetir los errores. Y con la esperanza puesta en el nosotros, relanzarnos al futuro.