Habi, la extranjera”. Así se llama la ópera prima de María Florencia Álvarez, directora y guionista de una coproducción argentino- brasileña a cargo de Lita Stantic. Se trata de una película que apunta a la contemplación y la reflexión. No apropiada para personas hiperquinéticas o para amantes del suspenso y la acción. En cualquier caso vale la pena conocer esta delicada puerta que se abre para adentrarse en una de las grandes tradiciones religiosas.
Narra con tacto el deslumbramiento de una chica de provincia (personificada con mucho oficio por Martina Juncadella), a su llegada a Buenos Aires. Allí se topa con una ciudad hostil (lo refleja el tenso ambiente de una pensión familiar, donde curiosamente otra chica argentina insiste en hablarle en el elemental inglés que estudia) y descubre por azar el cordial ámbito de una comunidad islámica local. La protagonista observa con interés las costumbres, los ritos religiosos; aprecia la acogida desinteresada y genuina (en especial de Yasmín, la actriz Lucía Alfonsín), mientras se siente atraída por la lengua y la cocina árabes.
Finalmente, como en un engañoso juego de cambios de identidad muy propio de la adolescencia Analía adopta el falso nombre de Habiba (Habi) Rafat, inducida por lo que lee en un mensaje que, luego sabrá, pedía noticias sobre una niña desaparecida en un lejano accidente. Ella se identifica con ese nombre y decide ser una huérfana de origen libanés.
Es interesante el ambiente de la mezquita en Buenos Aires, donde un verdadero imán (el conocido Shaij Mohsen Ali) le permite entrever otra dimensión de la existencia, y donde aprenderá a leer y escribir en árabe y a rezar con piedad y sumisión a Alá. La comunidad le ofrece relaciones que en la ciudad parecen desvirtuadas. La chica aprende que la vida es un viaje, que todos somos peregrinos y extranjeros en este mundo; que no basta con comprar una canilla para obtener agua, si no se está en la red que la conecta con las fuentes. Habi carga siempre con su mochila, se comunica menos con su madre, aprende el oficio de peluquera, descubre el Corán, trabaja en un súper árabe y sólo opta por comidas típicas. Al fin conocerá a un muchacho argentino-libanés (Hassan, en la piel de Martín Slipak) del que se enamora creyendo ser correspondida. Hay una cita, y luego llega la decepción por culpa de un equívoco. La vecina de la pensión, Margarita (María Mendoca), mezcla de desesperación y ternura, representa la contracara del ámbito religioso que Habi encontró en su original aventura. Todo transcurre con morosidad y ref leja una peculiar sensibilidad para describir la intimidad espiritual de la protagonista.
La película no tiene un desarrollo de acción ni conduce a una conclusión convencional. Tampoco es una obra apologética o que busca adeptos. En todo caso, insinúa preguntas, pinta ambientes, le otorga tiempo a los mínimos gestos para que pueda apreciarse una búsqueda de sentido que no encuentra otra explicación que el trasfondo religioso.