Por: María Montero
No cabe duda que los alumnos de estos tiempos son más complejos. Nacidos y criados en la era tecnológica, donde la inmediatez y el permanente cambio son moneda corriente, puede esperarse que la atención e incluso los valores disten mucho de lo que vivieron sus padres o abuelos. Es también innegable que el modelo familiar sufre una crisis. La fragmentación de la familia y, en muchos casos, la pobreza y la violencia dejan a los jóvenes en un estado de mayor vulnerabilidad que puede llevarlos a la deserción escolar.
El impacto en la escuela secundaria es evidente: casi la mitad no la termina, al menos en tiempo y forma, más allá de la deteriorada calidad de la enseñanza. Pero en este contexto tampoco la escuela logra adaptarse a los tiempos que corren. “La crisis educativa es la incapacidad para encarar los problemas reales, de los chicos, familias y docentes reales”, comentaba el licenciado Ricardo Moscato, expertos en gestión educativa, en el último Foro que, como todos los años, realiza la Vicaría de Educación del arzobispado de Buenos Aires. Y que el mes pasado convocó a 2.000 directivos y docentes de más de 100 escuelas católicas.
Los desafíos a los que se enfrenta la educación católica de hoy no son diferentes a los que se enfrenta la sociedad en general. Y tiene que ver con crear mayor diálogo, la optimización de los recursos y un clima de reconocimiento mutuo basado en las relaciones entre las personas y en las familias. Pero además, con una espiritualidad que tenga como centro a Dios y como propósito, el conocimiento, los valores y la fe.
“Estos cambios profundos nos invitan a redescubrir con creatividad y esperanza los modos de enseñar y aprender”, afirma Santiago Fraga, secretario ejecutivo de la Vicaría. En ese sentido, señala que “los docentes dan testimonio de una esperanza intacta en la educación, a pesar de todas las dificultades”. Por caso, un estudio reciente revela que el 90% de los profesores volverían a elegir esta profesión.
Hoy, igual que décadas atrás, consideran que la única forma de conseguir resultados es a través de los vínculos. Las asignaturas llegan a gustar por la relación que tenga el alumno con el profesor y la coherencia que ven en el docente, junto con la creatividad y el amor que ponga al dictarla. El entonces cardenal Bergoglio decía que “educar no es una profesión, sino una actitud, un modo de ser”. Y agregaba que “sin coherencia no es posible educar”.
“Crear una educación mejor no es un acto de azar ni de destino, sino un acto de esperanza, pero esta esperanza no es un simple sentimiento, sino una forma de vivir”, afirma Moscato. “Es decir, en palabras de Martín Descalzo, la obstinación de quienes se atreven a pensar que el mundo será mejor mañana, lo que mueve ese genero- so coraje de quienes se deciden a poner la mano en el arado sabiendo que los frutos los cosecharan otros, el fruto de una inmensa fe en Dios y en la bondad del hombre”.
Por eso, frente a los diagnósticos dramáticos, Moscato propone a los docentes católicos “fortalecer una cultura educativa de la posibilidad ante el “no se puede”, una cultura del aprendizaje de calidad ante la queja, del esfuerzo ante la vagancia comodona y consumista, y del respeto y del buen trato ante los malos modos y el desborde”. Con la presencia de importantes oradores, el XIII Foro de Educación abordó entre otros temas: “el desafío de incluir en nuestras aulas”, “¿cómo trabajar con grupos en conflicto?”, “retención y logro en las escuelas secundarias”, “las prácticas de la enseñanza en la era de la invención”, y “De la neuropsicología de las emociones, a las emociones en el aula”.