Por: Francisco Carballo, Goldsmiths University of London
Con Fratelli Tutti, Francisco completa el tríptico que da sustento teológico a su pontificado. Evangelii Gaudium considera la relación de los humanos con su Creador. Laudato Si’ explica cómo hemos de convivir con los distintos elementos de la creación, es decir, con la naturaleza. Fratelli Tutti es una invitación a repensar nuestra vida social y a reimaginar las instituciones políticas que nos rigen. Más aún, el Papa nos conmina a redescubrirnos como seres humanos. Esto significa que el camino hacia una plena humanidad pasa por reconocernos unos a otros; por abrazar la cultura de la fraternidad, del encuentro.
La encíclica responde a los temas más perniciosos del presente. La lista es larga y va de la pandemia a la xenofobia, sin dejar de indagar en los ataques contra la verdad, la cultura del descarte, el narcisismo contemporáneo, y la política de los muros que se ofrece como escudo frente a la globalización. Salvando la distancia de los siglos, el recuento se asemeja al de San Agustín cuando describe las dolencias de la ciudad terrena.
Francisco rechaza el fin de los tiempos. Fratelli Tutti aspira a abrir nuevos horizontes. Busca, por ejemplo, recobrar para la vida cívica palabras con la prosapia del evangelio: hermana, vecina, amiga. ¿Qué otra cosa es la ciudadanía sino la posibilidad de un parentesco extendido? ¿Qué otra cosa es la decencia sino el ser solidario con quien sufre? Sólo desde la fraternidad se puede (re)construir el bien común.
Al leer Fratelli Tutti no puede sino recordar la sede de Scholas en el Barrio Padre Mugica. Al Papa, como a San Francisco, le interesan las ideas siempre y cuando se vuelven práctica. Eso fue lo que hallé en Scholas. Mujeres y hombres hacen de la solidaridad un estilo de vida. El arte, el deporte, el pensar e inventar juntos es lo que les permite encontrarse como iguales.
Escribo sobre un espacio al que no entran las urgencias, ni los peligros de la ciudad. La educación se entiende como una herramienta que permita una vida buena. La tecnología sirve para que el barrio se conecte con el mundo y derribe las murallas que lo contienen.
Se promueve, además, algo esencial para la verdadera democracia: aprender a escuchar pero, también, saber que todos tienen derecho a ser escuchados.
Un mundo mejor, estoy convencido, depende de esas utopías artesanales como la que encontré en Scholas en el Barrio 31 de Buenos Aires y que promueve alrededor del mundo.