Como salida de una novela de Agatha Christi, la historia de la Iglesia Santa Felicitas, en el barrio porteño de Barracas cumple todos los requisitos del género de suspenso: en ella se une el amor, la tragedia, el terror y el misterio desde su historia previa con un famoso femicidio hasta después de su construcción, ya que el párroco que dirigió la obra se ahorcó en el lugar. El templo, que integra el Complejo Histórico Santa Felicitas, junto a la Quinta Álzaga, hoy Plaza Colombia, el antiguo Oratorio de la familia, los túneles de 1893 y el Templo Escondido, comenzará a ser restaurado a partir de noviembre.
La historia de la Iglesia comienza con Felicitas Guerrero, una joven de 16 años, que por imposición de sus padres se casa con Martín Gregorio de Álzaga, de 50. Un acaudalado hombre de la alta sociedad en un matrimonio por conveniencia. La pareja se instala en Barracas, que en ese tiempo era un gran descampado con algunas quintas y establecimientos relacionados con la actividad portuaria. Con el tiempo tienen dos hijos. Uno muere a los tres años durante la epidemia de fiebre amarilla y el otro nace sin vida por la misma causa, al día siguiente de enviudar.
A los 24 años, bella y rica, era cortejada por muchos pretendientes. Uno de ellos era Enrique Ocampo, perteneciente a una adinerada familia tradicional porteña que la amaba desde antes de su matrimonio. Pero ella se había enamorado de Samuel Sáenz Valiente y a solo dos meses de conocerlo, preparaba su enlace.
Al mejor estilo de los femicidios actuales, tras una discusión con un Ocampo borracho que no soportó ser relegado por otro hombre, sacó un revólver y disparó contra ella exclamando: “O te casas conmigo o no te casas con nadie”, para luego dispararse él mismo en el corazón. La bala perforó el pulmón derecho de la joven que falleció tres días después.
Para recordarla, sus padres hicieron construir una iglesia en la calle Isabel La Católica 520, lugar donde había fallecido. El templo fue abierto al público en 1876, cuatro años después del crimen de Felicitas y actualmente se encuentra dentro del listado de bienes valiosos de la ciudad de Buenos Aires y La Plata que esperan ser declarados patrimonio de la humanidad por las Naciones Unidas. Esta joya arquitectónica posee pisos de mármol, arañas con caireles de cristal, esculturas, vitrales franceses y un órgano alemán con 783 tubos.
Se calcula que poner en valor el edificio llevará alrededor de ocho meses con un presupuesto estimado de 15 millones de pesos que será solventado con aportes del sector público y privado. Con esos fondos se prevé arreglar una de sus fachadas, el sistema pluvial, revoques dentro y fuera del templo y restaurar pinturas del interior. Desde 1993 el edificio pertenece al Gobierno de la Ciudad. El sacerdote que está a cargo del templo, Ernesto Salvia, espera que la restauración proteja “esta gran joya”...