- Por Tzvi bar Itzjak (Especial para Clarín) -
Desde el atardecer del lunes pasado, y durante ocho días, el pueblo judío festeja el Pesaj o Pascua Hebrea. El símbolo más conocido de esta celebración es el pan ázimo, llamado en el idioma bíblico “Matzah”. Se trata de una especie de galleta hecha de harina y agua. No lleva ningún tipo de levadura y se consume usualmente como sustituto del pan, este último vedado durante toda la semana. No contiene aceite, ni sal o azúcar, ni productos químicos, ni aditivos que la hagan fermentar. Para diferenciar su gusto en la ingesta, algunas congregaciones tienen la costumbre de no comer matzah durante los quince días que preceden la fiesta, otras comunidades durante el mes previo y algunas deciden simplemente no comerla durante el resto del año.
La Torá califica la matzah como “lejemoni”, el pan de la pobreza o aflicción. Esto se debe a que es un alimento sumamante simple. Tal lugar distinguido y característico ocupa el ritual que al festejo también se lo conoce como “jaghamatzot”, la fiesta del matzah.
El Zohar, libro de la antigua fuente de la mística judía, se refiere a matzah como el pan de la fe. ¿Cuál es la relación entre matzah y fe? Cuando los judíos finalmente se marcharon de Egipto, salieron con tanta prisa que no tuvieron tiempo siquiera de preparar provisiones para el viaje. Hornearon apresuradamente sus pocos panes en levadura, los que quedaron cocidos de forma plana y circular. Y ningún miembro de la grey se quejó ante Moisés aduciendo no tener provisiones para el éxodo. Todo el pueblo recogió su pan sin leudar y se desplazó rápidamente. Esto refleja la profunda confianza en Moisés y en Dios, que al encomendarse sin suministros sabían que no morirían de hambre en el desierto. En definitiva, la matzah representa la absoluta creencia en la contención divina, y en la entrega incondicional a la promesa de que El Señor cumplirá con sus obligaciones. Pero hay una contrapartida en la confianza: la que se coloca como contrapeso, el deber de cumplir nuestra parte del acuerdo obedeciendo aquello que El nos ha pedido que hagamos.
En la teología hebrea, la fe no está basada en una elaboración intelectual entramada en el conocimiento y la razón, sino que se sustenta en una alianza de sentimientos mutuos. Dios y el pueblo, y viceversa. Luego se le podrá añadir la erudición y la instrucción, pero ellas no son requisitos. A este salto de fe, los maestros rabínicos denominaron “la simpleza”, simbolizada en la materia prima que forma la matzah.
Cuando reconocemos que ningún ser humano puede comprender o entender totalmente a Dios y Su obra, y advertimos que Su ser y Su sabiduría son infinitamente mayores que la nuestra, traducimos nuestra impresión en firme creencia. Esa creencia es pura, sencilla y humilde. Como el emblema del pan ázimo, el más modesto de los panes; que no posee un sabor refinado, ni un delicioso aroma como los muchos tipos de masas disponibles en el mercado. En este sentido, el significado de la matzah es el de vivir sin añadir lo superfluo, o sea sin engreimiento.
Y así como la matzah constituye un alimento físico primordial, la fe es el alimento espiritual esencial, que nos proporciona independencia de la tentación material suntuosa. No por nada la matzah es reconocida como “lejem hajerut”, el pan de la libertad. Que en estos días, en los que el calendario hebreo nos invita a transitar con enseñanzas profundas, podamos abrirnos a la existencia, des- pojados de todo aquello que resulta alienante y que nos esclaviza.