Por: María Montero
Cuando en 2018 la organización pontificia Scholas Occurrentes abrió su sede central en medio de la Villa 31, precisamente en el sector Cristo Obrero del barrio Padre Mugica, asumió un gran desafío, porque a pesar de las necesidades urgentes de ese contexto tan vulnerable su propuesta no se basaba en un centro de apoyo escolar ni un comedor, sino en llegar a cada chico en particular transformando su vida a través del juego, el arte, el pensamiento y el deporte.
Desde hacía dos años venían trabajando con estudiantes secundarios que vivían en los barrios cercanos a la vía del tren sobre las problemáticas de las adicciones y la violencia. Fruto de ese encuentro entre Recoleta, Barrio Parque y el barrio 31 surgió “Huellas Musicales”, donde a través de la música y la canción los chicos podían expresar sus vivencias y socializar con otros jóvenes.
Partiendo de este antecedente se abrieron diferentes talleres con la premisa de desarrollar la “cultura del encuentro” impulsada por el Papa Francisco, donde la relación entre los chicos tenía que ver con su “ser” y no con el lugar donde vivían o su nivel de escolaridad.
En medio de la pandemia y para darle continuidad a este proyecto que incluye talleres de teatro, danza, música, expresión corporal, artesanías, composición musical, guitarra, cine comunitario, cuentos, poesía y murga, el equipo de Scholas tuvo que adaptarse, como tantos otros, a la virtualidad.
“Queríamos que los chicos y las familias del barrio nos sientan cerca y se sientan acompañados –sostiene Ignacio Dupuy, coordinador de programas de Scholas-, pero el primer desafío al que nos enfrentamos fue que no tienen conexión a internet o tienen de una baja calidad, por eso decidimos hacerlo a través de whatsapp que consume menos datos”. Así fue como mediante video llamadas continuaron la tarea ofreciendo además apoyo escolar virtual y personalizado para atender las dificultades que representó para los chicos la adaptación a la nueva modalidad de la escuela.
El segundo desafío al que se enfrentaron fue pedagógico. Según Dupuy adaptar estos talleres exigió mucha creatividad. Así decidieron ir contracorriente y hacer una propuesta analógica. Esto significó darles a los chicos cajas con juegos y material didáctico. “Cada uno tuvo un seguimiento por parte del equipo a través de un grupo de whatsapp en donde se proponían juegos o encuentros virtuales todas las semanas. Cada caja –explica el coordinador- contenía un cuaderno personalizado por participante para invitarlo a anotar todo lo que le pasaba, libros infantiles y juveniles, lápices de colores, plastilina, juegos de mesa, una linterna, cartulinas, entre otras cosas y la caja en sí misma estaba diseñada de tal manera que se podía recortar para armar un escenario de títeres o un teatro de sombras”.
Cecilia (12) participa regularmente de los talleres de murga y de danza. “Ahí soy libre –dice-, porque me encanta bailar y compartir con mis amigos. Y ahora con la caja –agregasiento a Scholas cerquita, como que estaban en mi casa, además los profes me ayudaron también con la tarea de la escuela”.
“Es un lugar donde nos escuchan y ayudan –afirma Soledad (13)-; yo cambié muchas cosas. En este tiempo charlamos por video llamada y siempre nos ayudan con las cosas que nos pasan”.
Por su parte Nayeli (13) sostiene que el vínculo con Scholas fue muy positivo en su vida para hacerla creer más en sí misma. Y en estos últimos meses en particular, “al comunicarnos virtualmente, poder hablar con las seños, enviarnos cajas con actividades –señala-, sentí que estaban presentes, como mi segunda familia, y la verdad que me ayudó mucho a poder pasar esta cuarentena”.
Habitualmente concurren a los talleres unos 100 chicos por semana que rondan entre los 5 y 18 años. El de escritura es más diverso, con personas del barrio y de afuera, donde asiste gente de más de 60, con la coordinación de la poeta Cristina Domenech.
A diferencia de lo que se pudiera suponer, Dupuy asegura que “paradójicamente y para nuestra sorpresa esto nos acercó más”.