“Nunca pensé en esta vocación. Había ido a un colegio católico pero ni siquiera frecuentaba la iglesia”, revela a Valores Religiosos Héctor Castoldi, uno de los diáconos permanente de la catedral de Morón. De 70 años, casado hace 45 y con 6 hijos, aún hoy prioriza su familia sobre el servicio a la iglesia.
Se ordenó hace 18 años. Pero todo comenzó un tiempo antes, cuando su quinta hija iba a tomar la comunión. En el colegio los in- vitaron a él y su esposa a ser padres coordinadores de la preparación y, al finalizar, les sugirieron ofrecerse en alguna parroquia de la zona. Así el matrimonio llegó a un templo cercano.
“El cura nos contó que faltaban servidores hombres y nos mandó a hablar con el diácono y su esposa”, recuerda Héctor. Hasta ese momento no sabía que existía el diaconado. “Nunca había oído hablar de eso”, admite.
Pero no todo fue fácil. Al principio su esposa no entendía por qué quería tomar otra actividad. Con la crianza de sus hijos y su trabajo en ventas, el único día libre –además del domingo- era el sábado. Por la mañana iba al Instituto de formación y por la tarde ayudaba en la parroquia de su barrio.
“Lo bueno es que siempre tuve en claro que Dios me eligió para ser diácono, no cura”, señala Héctor. Y agrega que “el orden de prioridades siempre fue para mí primero la familia, después el trabajo y luego el ministerio”.
Respeta el día domingo para estar en casa, aunque reconoce que a veces la tarea pastoral le requiere más tiempo y que mantener el equilibrio no es tan fácil. Sobre todo eso se planteó después de su ordenación, cuando lo cambiaron de parroquia. “Ahí tuvimos algún conflicto de familia, pero con mi esposa lo fuimos superando”, dice.
En respuesta a quienes acusan a los diáconos de ser sacerdotes frustrados, señala que si bien no es su caso, admite que a veces es cierto “porque la iglesia está demasiado clericalizada y nuestra formación, en muchos casos, giró en ser ayudantes de lujo de los curas”.
Para Héctor el diaconado tiene su impronta a partir de mostrar a Cristo servidor en las periferias, en lugares donde la Iglesia no llega, insertados en los lugares de trabajo. “No solo en la iglesia soy diácono, sino que el resto de los días sigo siéndolo, pero lo vivo en el contacto cotidiano con la gente”, señala. Cuenta que muchas veces sus compañeros lo consultan por algún problema de familia porque valoran este servicio.
En lo personal, Héctor vive el diaconado como una respuesta al amor de Dios por todo lo que le dio en la vida, especialmente por sus seis hijos. “Es lo que trato de transmitir cuando hago las celebraciones, sobre todo en los bautismos, que es la tarea que más realizo en la catedral: la importancia de compartir, de abrazar- nos, de conversar, de estar pendiente del otro en las cosas cotidianas de la vida”.
Eventuales interesados pueden escribirle a hectorcastoldi@hotmail.com