Por: P. Guillermo Marcó
La corrupción es un mal de larga data. Ya entre los mandamientos del Levítico se incluía el “no robarás” y también en el Libro del Éxodo 20, 27: “No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo”. La codicia es vieja como la historia. Nace en un corazón que no valora lo propio y mira la casa del vecino; crece con la envidia y termina en el robo.
Dicen que la ciudad de Buenos Aires y su puerto fueron aprovechados con el paso de los años para poder contrabandear lo que no salía de los puertos del virreynato del Perú y de la capitanía general de Chile.
Nuestra reciente beata “Mama Antula”, que fundó en Buenos Aires la Santa Casa de Ejercicios, fue beneficiaria de un legado del que dá cuenta en su testamento del año 1779: “De- claro que el finado, Ilustrísimo y Excelentísimo Señor Don Fray Sebastián Malvar y Pinto, Caballero Gran Cruz de Carlos III, dignísimo Obispo de esta Diócesis y Arzobispo después de Santiago de Galicia, tuvo a bien en ejercicio de su liberalidad hacer una donación, en forma, cuyo instrumento existe en autos de la cantidad de 18 mil pesos a beneficio de esta casa”. El dinero fue enviado, pero ella solo recibió una ínfima parte: “De la cual sólo tengo recibidos $ 1.130, cuya distribución consta de los cuadernos de las cuentas, y creyendo de deberlas dar de lo restante el Señor Magistral de esta santa Iglesia Catedral, Doctor don Carlos José Monteros, encargado para la reintegración de esta piadosa donación, de cuyo puntual cumplimiento no he separado mi atención, aplicando puntuales diligencias, ya judiciales, ya extrajudiciales sin efecto verdaderamente; prevengo no se omitan en lo sucesivo las que correspondan. Así lo declaro para que conste”. ¡Eran pesos en oro! ¡Alguien se quedó con 16.870!
Mucho ruido hacen en los medios los casos de corrupción y la difusión de los acusados camino a la cárcel, hombres hasta hace poco tiempo poderosos que terminan entre rejas. Brasil ha vivido una situación más extendida, el Lava Jato, por el que otrora poderosos empresarios o políticos están ahora en la cárcel.
Todas estos episodios me llevaron a una pregunta:¿No tenían acaso suficiente dinero los acusados? ¿Qué extraña compulsión mueve siempre a querer más y a no estar nunca con- formes? Se tenga mucho o poco, todos conocemos esa necesidad de tener y el desencanto que produce la costumbre de lo ya adquirido. Pero el salmo 131 dice: “Mi corazón no se ha ensoberbecido, Señor, ni mis ojos se han vuelto altaneros. No he pretendido grandes cosas, ni he tenido aspiraciones desmedidas. No, yo aplaco y modero mis deseos: como un niño tranquilo en brazos de su madre, así está mi alma dentro de mí”.
Qué importante es para ser felices no tener aspiraciones desmedidas, no andar como loco queriendo lo que no se tiene. He aquí el remedio para la desmesura. ¿Serán capaces de entenderlo los que ahora les toca administrar el país? Hay que moderar los deseos, sino tarde o temprano aparece la tentación de quedarse con lo aje- no, que es mas grave cuando lo ajeno es de todos. Cada vez que un funcionario jura dice: “Si así no lo hiciere, Dios y la Patria me lo demanden”. La patria y su justicia demandan a veces, con frecuencia tarde... y siempre cuando los acusados carecen de poder. Dios demanda siempre; solo es- pera al final del camino.