EL LIBRO POR EL X ANIVERSARIO

Un compendio de un pontificado intenso

Por: Francesca Ambrogetti

Comparte

Como el mismo papa Francisco comenta en el prólogo de “El Pastor”, que acaba de aparecer, el libro anterior “El Jesuita” -su primera y hasta el 2013 única biografía- debía tener una continuación. Lo habíamos anunciado con Sergio Rubin en junio del 2010, cuando presentados aquel libro, porque, si bien en los dos años de conversaciones que nos llevó terminarlo habíamos tocado varios temas, muchos otros quedaron afuera. La etapa propicia para encarar este nuevo proyecto debía ser la ya bastante próxima jubilación delcardenal. Sabíamos que los encuentros ya no serían en la sede del arzobispado sino en la casa de reposo para sacerdotes ancianos del barrio de Flores que Jorge Bergoglio había elegido para pasar la que imaginaba como la última fase de su vida.

Tres años después sin embargo y contrariamente a todas las previsiones, el escenario cambió radicalmente: ya no íbamos a escribir la segunda parte de la historia del cardenal, sino la primera del nuevo papa. Esta vez el camino para escribir el nuevo libro fue más largo en tiempo y distancia, cambiamos el subte para ir a Plaza de Mayo por el avión para ir a Roma, con viajes periódicos para continuar el diálogo que había comenzado en Buenos Aires. A lo que se sumaban ahora todos los enormes desafíos de su intenso pontíficado.

La sala donde nos reuniamos en Santa Marta era de tamaño similar a la del arzobispado y amueblada de manera parecida. La única diferencia la marcaba el color de la vestimenta de nuestro interlocutor, pero a poco de comenzar el encuentro esa diferencia también se borraba y era como si nuestras primeras conversaciones nunca se hubieran interrumpido.

El idioma oficial era el porteño intercalado con algunas frases en italiano que, a medida que pasaba el tiempo, eran más frecuentes. En Buenos Aires nos acompañaba habitualmente hasta el ascensor mientras que en Santa Marta lo hacía hasta el breve tramo de la escalera que lleva a la puerta de salida. En ambos casos en algunas ocasiones repetía sonriendo que era para estar seguro que nos íbamos.

A veces entre un encuentro y otro pasaban varios meses, pero era fácil retomar el hilo de la conversación anterior. En ocasiones era nuestro interlocutor, con una memoria que nunca dejó de asombrarnos, que recordaba preguntas que habían quedado sin contestar. Cuando volvimos a verlo, en este caso por separado, después de la elección, al ver nuestra emoción nos dijo simplemente “soy el mismo de siempre”. Es lo que pudimos comprobar en estos diez años al igual que era la misma de siempre, su profunda humanidad, su lucidez y su coherencia.