Martes 10.12.2024

FRANCISCO PROCLAMÓ SANTO A ARTÉMIDES ZATTI

Un enfermero de la Patagonia llega a los altares

Por: Lara Salinas

Durante 48 años recorrió en bicicleta Viedma asistiendo a enfermos pobres. Estuvo a cargo del hospital salesiano, donde eran atendidos gratuitamente.
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A pesar del viento y del frío patagónico, a diario el enfermero Artémides Zatti se levantaba a las cuatro y media de la mañana para meditar y asistir a misa. Luego comenzaba su jornada laboral y visitaba todos los pabellones del hospital San José de Viedma. Una vez que terminaba, en su bicicleta iba a las casas de los enfermos de la ciudad y sus alrededores -especialmente a los más pobres y postrados- para ofrecerles su atención profesional.

Mientras viajaba de una casa a la otra, siempre llevaba un rosario en la mano que rezaba cuenta a cuenta. Después del almuerzo, solía jugar un rato a los bolos con los pacientes del hospital y, en las primeras horas de la tarde retomaba su labor: visitaba a los enfermos internados y a los que estaban en sus casas. Una vez que terminaba, atendía los asuntos burocráticos del hospital y la farmacia, y a la noche visitaba los pabellones por última vez en el día.

De vuelta en su hogar, permanecía despierto un rato más y estudiaba: leía libros y publicaciones de medicina. También, nutría su espíritu con lecturas ascéticas, es decir, las que afianzaban su compromiso por llevar un estilo de vida austero para crecer moral y espiritualmente. Y, cuando se iba a dormir, seguía disponible a cualquier necesidad de los pacientes que precisaran de su ayuda.

Con esta rutina diaria, don Zatti dedicó 40 años de vida consagrada al servicio de los enfermos de la zona de Viedma y Carmen de Patagones, donde atendió especialmente a los enfermos que no eran recibidos en otros hospitales y les daba atención gratuita a los más pobres. Este domingo, el papa Francisco lo proclamó santo, el cuarto de la Iglesia en la Argentina y el primero laico.

Zatti nació en Boretto, un pueblo al norte de Italia, el 12 de octubre de 1880. Su familia era campesina, de condición humilde. Era el tercero de ocho hermanos. Debido a las guerras y a sus necesidades económicas, los Zatti emigraron a la Argentina y se radicaron en Bahía Blanca. Artémides, que por entonces tenía 17 años y aún no había terminado la escuela primaria, comenzó a asistir a la parroquia de los salesianos y se conmovió al conocer la vocación al cuidado de los enfermos de su fundador, Don Bosco.

Al poco tiempo, ingresó al seminario salesiano en la localidad de Bernal, en el gran Buenos Aires, y retomó sus estudios primarios. Entre sus responsabilidades, se le había encomendado cuidar a un joven sacerdote que sufría de tuberculosis, pero Artémides se contagió la enfermedad. Por eso, en 1902, fue enviado al hospital salesiano San José, en Viedma, donde el clima era propicio para recuperar su salud.

En este lugar desarrolló la vocación que lo llevó a la santidad. Allí conoció al sacerdote y médico Evasio Garrone. Junto a él, Zatti le rezó a María Auxiliadora pidiéndole que lo sanara y le prometió que si se curaba iba a dedicar toda su vida a servir a Dios en el cuidado a los enfermos. Así fue. Además, en 1911, Artémides asumió los compromisos de hermano salesiano coadjutor para lo cual debió hacer los votos de pobreza, obediencia y castidad. Esto implicaba que era un laico consagrado dentro de la congregación, pero no un sacerdote. Seguramente el no haberlo sido, con la responsabilidad que conlleva ocuparse de una parroquia, le posibilitó dedicarse a “tiempo completo” al desarrollo de su labor sanitaria.

Durante toda su vida estudió y se formó en el ámbito de la salud. Primero recibió un título como Idóneo en Farmacia, luego farmacéutico y, finalmente, enfermero. En Viedma, empezó a trabajar en la única farmacia del pueblo, pero tras la muerte del padre Garrone quedó como responsable del centro de salud.

Los pobres y excluidos tenían atención prioritaria. Los médicos, enfermeros, voluntarios y religiosas los recibían a todos, sin excepción, y Zatti se atenía a las consecuencias. Por ejemplo, en una oportunidad estuvo preso cuatro días por haber atendido en el hospital a un recluso que luego se fugó. Los pacientes y sus colegas manifestaban que era agradable conversar con él porque tenía el “don de gentes”: siempre estaba sonriente, era cálido en el trato, daba palabras de aliento y les hacía chistes a los niños. No solo sanaba las dolencias físicas, sino que ofrecía asistencia espiritual.

A los 60 años, Zatti tuvo que afrontar un desafío muy exigente: la mudanza del hospital -el predio era del obispado de Viedma que quería levantar allí su sede- a una escuela agrícola salesiana abandonada en las afueras de la ciudad. De cero, tuvo que acondicionar el lugar y trasladar a los enfermos, una tarea para la que contó con el decidido apoyo de los médicos y enfermeras gracias al gran aprecio que le tenían.

A los 67 años recibió su matrícula de enfermero en la Universidad Nacional de La Plata. Dos años después, tuvo un accidente, se cayó de una escalera, y debió hacer reposo. Después de unos meses, se le manifestaron los síntomas de un cáncer que lo llevaría a la muerte. No obstante, continuó con el cuidado de los pacientes hasta que su enfermedad lo incapacitó. Luego de 48 años de trabajo en el hospital, murió el 15 de marzo de 1951, a los 70 años de edad.

Su fama de “enfermero santo” se extendió rápidamente y el templo de la obra salesiana de Viedma, donde reposan sus restos, se convirtió en un lugar de veneración popular. Cinco años después de su muerte, el pueblo le dedicó un monumento. Tras ser asumido por el Estado y nuevamente mudado, esta vez al edificio actual, al hospital le pusieron en 1975 su nombre en su homenaje.

Luego de años de estudio de su vida pasó a ser Venerable. Al comprobarse que Dios obró un milagro por su intercesión, Juan Pablo II lo declaró beato en 2002. Tras atribuírsele un segundo milagro, el domingo Francisco lo proclamó santo, el cuarto de la Iglesia en la Argentina junto al hermano lasallano Héctor Valdivielso, la monja Nazaria March y el Cura Brochero. Pero el primer laico del país que recibe ese reconocimento.