LA PEREGRINACION A TIERRA SANTA - AUTOR: SERGIO RUBIN

Un mensajero de la paz en la tierra de Jesús

Por: Sergio Rubin

En su visita a Jordania, los territorios palestinos e Israel, Francisco buscó frenar la emigración de los católicos debido a la violencia y las necesidades, promovió el ecumenismo y la convivencia interreligiosa, y llamó al diálogo
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Era un viaje difícil. La visita a Tierra Santa constituía un gran desafío para el Papa Francisco. Ante todo, quería confortar a los católicos de los pagos de Jesús, una comunidad cada vez más pequeñita dentro de una minoría cristiana también en retroceso. Además, buscaba fortalecer los lazos con otras denominaciones cristianas como las ortodoxas, que no siempre son plácidos, allanando el camino hacia la unidad. Y con las otras dos grandes confesiones monoteístas, el judaísmo y el Islam, que se mueven en un terreno pantanoso, donde la religión se mezcla con la política. En fin, anhelaba dejar un mensaje de convivencia y de paz que tocara los corazones en una región donde la convivencia y la paz son un bien escaso. Acaso, incluso, proponer un gesto audaz que contribuyera a un mejor clima para buscar una salida a un conflicto que parece no tener fin.
Con semejantes retos, el pontífice argentino partió de Roma en la mañana del 24 de mayo. Pero su primera escala, Aman, la capital de Jordania, le daba la ocasión de señalar de entrada que su prédica a favor de la convivencia entre las religiones en Medio Oriente no es utópica porque ese país constituye, en ese aspecto, un ejemplo. De hecho, destacó "el liderazgo que el rey (Abdullah II) asumió para promover un más adecuado entendimiento de las virtudes proclamadas por el Islam y la serena convivencia entre los fieles de las diversas religiones".
Y expresó su gratitud a Jordania por haber animado diversas iniciativas importantes a favor del diálogo interreligioso como el "Mensaje de Aman" y la promoción en la ONU de la celebración anual de la "Semana de la Armonía entre las Religiones". Francisco tuvo la ocasión de encontrarse en Jordania con la comunidad católica durante una misa que ofició en el Estadio Internacional. Y, en un momento especialmente tocante, rezar en silencio a la vera del Jordán, donde Jesús se bautizó. Finalmente, al saludar a refugiados, destacó otra actitud de Jordania: que "acoja generosamente" a desplazados palestinos, iraquíes y de otros lugares en conflicto, en especial de la vecina Siria. Y pidió a la comunidad internacional que no la deje sola en esa ayuda. En ese primer día, a 90 km de la frontera con Siria, llamó a una solución pacífica en ese país, envuelto en una cruenta guerra civil. Y a "una justa solución" del conflicto entre palestinos e israelíes. Al día siguiente, un domingo de sol radiante, una multitud fervorosa -entre ellos varios argentinos venidos especialmente- lo recibió en Belén para la misa. Minutos antes, en la bienvenida que le dio el presidente palestino, Mahmud Abbas, el Papa había destacado que israelíes y palestinos "tienen derecho" a tener sus respectivos Estados y a gozar a la vez de paz y seguridad, tal como unos y otros reclaman. En donde hace 2000 años nació Jesús, el Papa subrayó que el Niño de Belén "vino a cambiar el corazón y la vida de los hombres". A la vez que abogó por todos los que sufren, especialmente por los más pequeños.
Fue en esa celebración cuando Francisco sorprendió al invitar a Abbas y al presidente de Israel, Shimon Peres, al Vaticano para un encuentro de oración por la paz en Medio Oriente. Un convite que venía siendo silenciosamente acordado. La idea -una suerte de "diplomacia espiritual" concretada el pasado domingo- constituyó un intento de ayudar a salir "por arriba" del laberinto en el que se convirtió el conflicto. Luego visitó un campo de refugiados palestinos. Y, finalmente -en una actividad fuera de programa- el polémico muro construido por Israel en una parte del límite con los territorios palestinos con el fin de disminuir el riesgo de atentados terroristas.
Al caer la tarde, Francisco inició la etapa en territorio israelí, siendo recibido en el aeropuerto de Tel Aviv por el presidente y el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu. Allí insistió -como lo había hecho Benedicto XVI en su viaje a Tierra Santa- con el derecho de Israel a tener su Estado y vivircon seguridad, y de los palestinos de tener "su patria soberana, vivir con dignidad y desplazarse libremente". Al tiempo que abogó para que "esta bendita tierra sea un lugar en el que no haya espacio para quien, instrumentalizando y exasperando el valor de la pertenencia religiosa, se vuelve intolerante o violento con la ajena".
Más tarde, en Jerusalén, se produjo el encuentro que suscitó el viaje de Francisco a Tierra Santa: la evocación del abrazo que hace 50 años se dieron en esa ciudad Pablo VI y el patriarca Atenágoras, y el consiguiente levantamiento de las excomuniones mutuas tras el gran cisma de 1054. Ocurrió en el Santo Sepulcro, donde Francisco y Bartolomé se convirtieron en el primer Papa y el primer patriarca en rezar juntos en el templo más sagrado de los cristianos. Allí, ratificaron su voluntad de avanzar en el arduo camino de la unidad y el Papa reiteró la disposición de Roma para buscar que la primacía papal -objetada por los ortodoxosno afecte aquel objetivo.
El lunes -último día de la visita-, Francisco tuvo una agenda frenéfrenética. Comenzó con una cita con el Gran Muftí de Jerusalén -la principal autoridad islámica de la ciudad- y una visita a la Explanada de las Mezquitas, que constituye el tercer lugar más sagrado del Islam después de La Meca y Medina. Luego, oró ante el Muro de los Lamentos y se abrazó con el rabino Abraham Skorka y el islámico Omar Abboud, sus amigos argentinos a quienes había invitado para este viaje. Cumplían así un sueño compartido en Buenos Aires cuando ninguno imaginaba que Jorge Bergoglio iba a ser Papa, y por eso exclamaron: "¡lo logramos!".
Después llegaron sus gestos de solidaridad hacia la comunidad judía. Primero, la visita al Museo del Holocausto, donde formuló vibrantes interpelaciones, al preguntarse cómo el hombre fue capaz de producir tanto horror, de caer tan bajo, de creerse dios. Y besó la mano de sobrevivientes de la Shoá. Después, el paso por el memorial que recuerda a las víctimas del terrorismo. Luego, la visita a la tumba del fundador del sionismo, Theodor Herlz. Finalmente, estuvo con los dos Grandes Rabinos de Israel, a quienes les dijo que juntos, los tres, podrían darle gran impulso a la paz y combatir el antisemitismo y toda forma de discriminación. Hacia el final, Francisco volvió a encontrarse con el presidente de Israel, ocasión en la que pidió que no haya acciones unilaterales que afecten el camino hacia la paz. A la vez que abogó para que Jerusalén sea la "Ciudad de la Paz" y que "resplandezca plenamente su identidad y carácter sagrado". Se reunió con el clero local en la iglesia de Getsemaní y ofició una misa en El Cenáculo –escenario de la Última Cena-, momentos en los que destacó la importancia de la presencia católica en Tierra Santa y de cuidar los lugares santos. Llegaba así al final un viaje breve, pero desafiante que Francisco superó con éxito por su cuidado equilibrio, sin callar lo que quería decir. Confortó a los cristianos y promovió la convivencia y la paz, que es un don y una tarea.