Miércoles 22.03.2023

ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA - AUTOR: PBRO. GUILLERMO MARCO

Un sacerdote excepcional

Por: P. Guillermo Marcó

José Gabriel Brochero -que este sábado se convertirá en el primer cura argentino en llegar a los altares- es un ejemplo de entrega a la misión de acercar las almas a Dios.
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El Papa Francisco insiste en pedir a los católicos que salgamos al encuentro de la gente para ofrecerle el Evangelio. La beatificación este sábado en Córdoba del padre José Gabriel del Rosario Brochero constituye un reconocimiento a un estilo pastoral que implica, precisamente, salir, buscar y acercar a la gente a Dios, proponiéndole especialmente los célebres ejercicios espirituales de San Ignacio, lo que muchas veces implicaba largos y tortuosos desplazamientos de Brochero y su gente. Pero que a la vez se preocupaba por el desarrollo de su zona, en el interior cordobés. El Cura Brochero -como se lo conoció- nació cerca de Córdoba el 16 de marzo de 1840. Tras egresar del colegio seminario Nuestra Señora de Loreto el 5 de marzo de 1856, fue ordenado sacerdote el 4 de noviembre de 1866. Cuando asumió su parroquia, a fines de 1869, el extenso Curato de San Alberto donde había sido destinado tenía 4.336 kilómetros cuadrados con escasos 10.000 habitantes quevivían en lugares distantes, sin caminos ni escuelas. Estaban incomunicados  por las Sierras Grandes, de más de 2.000 metros de altura. La indigencia y el estado moral de sus habitantes eran lamentables. Pero el corazón apostólico de Brochero no se desanimó, sino que, por el contrario, ello obró como un acicate para procurar dar una respuesta a las necesidades materiales y espirituales.
El caso de los ejercicios espirituales es muy ilustrativo de su empeño pastoral. Participar de ellos demandaba tres días a lomo de mula para recorrer los 200 kilómetros hasta Córdoba, donde se impartían. Brochero lograba contingentes de hasta 500 personas, que marchaban en caravana. Y como los retiros duraban 9 días, contaba con voluntarios que reemplazaban a los participantes en sus tareas en el campo. Al regresar tras las jornadas de silencio, oración y penitencia los feligreses iban cambiando de vida, siguiendo el Evangelio y procurando el desarrollo económico de la zona. Con el fin de evitar aquellas travesías, Brochero comenzó en 1875, con la ayuda de sus feligreses, la construcción de la casa de ejercicios de la entonces Villa del Transito (localidad que hoy lleva su nombre). Fue inaugurada en 1877 y llegó a contar con tandas de participantes que superaron los 700. Durante su ministerio parroquial, más de 40.000 personas asistieron a los retiros. Además, sumó con el tiempo una casa para religiosas, el colegio de niñas y la residencia para los sacerdotes.
Con la ayuda de las autoridades, en particular del gobernador Miguel Juárez Celman -que había sido su compañero de colegio y amigo- y el esfuerzo de la gente construyó más de 200 kilómetros de caminos, levantó varias iglesias, fundó pueblos y logró que se instalaran oficinas de correo. También proyectó el ramal ferroviario que atravesaría el Valle de Traslasierra, para sacar a sus queridos serranos -“abandonados de todos pero no por Dios”, como solía repetir- de la pobreza. Brochero predicaba el Evangelio asumiendo el lenguaje de sus feligreses para hacerlo comprensible. Celebraba siempre la misa para lo cual llevaba lo necesario en la montura de su mula. Procuraba que ningún enfermo se quedara sin los sacramentos y por eso ni la lluvia ni el frío lo detenían. “Vaya si el diablo me va a robar un alma”, decía. En definitiva, se entregó por entero a todos, especialmente a los pobres y alejados, a quienes buscó solícitamente. Ya anciano, Brochero se contagió la lepra por asistir a un enfermo, lo que lo llevó a renunciar al curato, viviendo unos años con sus hermanas en su pueblo natal. Pero respondiendo a la solicitud de sus antiguos feligreses, regresó a su casa de Villa del Transito, muriendo por la lepra y ciego el 26 de enero de 1914. Un diario de Córdoba
escribió entonces:”Es sabido que Brochero contrajo la enfermedad que lo llevó a la tumba porque visitaba largo y hasta abrazaba a un leproso abandonado por ahí”. Un gran ejemplo de entrega.